Por: Miguel Ramírez
“Doctor, por favor, tiene que volver a la residencia. Hay muchos enfermos japoneses que necesitan atención médica”. Días después de haber sido liberado de la residencia del embajador de Japón, que había sido tomada por 14 terroristas del MRTA, el médico Juan Bonilla Palacios se quedó pasmado cuando recibió ese pedido. Era como haber estado en la guerra y volver a la misma.
Veinte años después de haber vivido en carne propia esa pesadilla –que empezó el 14 de diciembre de 1996 y terminó un día como hoy, el 22 de abril de 1997-, el prestigioso gastroenterólogo recordó, en exclusiva para Trome, pasajes inéditos de lo que pasó durante esos cuatro meses aciagos, que tuvieron en vilo al país y al planeta entero hasta la realización del operativo 'Chavín de Huántar'.
AL PISO
“Recién me di cuenta del secuestro cuando escuché los gritos de los emerretistas que nos ordenaban tirarnos al piso boca abajo. Todo era desconcierto. ‘¡Somos del MRTA!’, vociferaban. A mi costado estaba una periodista estadounidense. ‘No se preocupe, doctor, no son de Sendero Luminoso. Esos ya nos hubiesen matado’”, recuerda el galeno.
Bonilla -quien es expresidente del Cuerpo Médico del Policlínico Peruano Japonés- dice que cundió el pánico cuando él y muchos de los invitados se dieron cuenta de que, entre los rehenes, se encontraba la propia madre del entonces presidente Alberto Fujimori, doña Matsue Fujimori.
MAMÁ DE FUJIMORI
Todos temían que los emerretistas se dieran cuenta y la utilizaran para presionar al Gobierno con sus demandas. Querían la liberación de 400 terroristas presos. Pero nadie la señaló, pese a que los secuestradores preguntaban quién era quién. Recién se dieron cuenta cuando ella salió en el primer grupo y por la televisión la identificaron. Lo mismo ocurrió con otros familiares de Alberto Fujimori.
Bonilla cuenta que el primer día, los baños se atoraron. Muchos de los secuestrados (en un principio fueron 600 y al final quedaron 72) rompían sus documentos y los tiraban a los inodoros para que los terroristas no pudieran identificarlos. Había cientos de diplomáticos, hombres importantes del Gobierno, militares, policías de alto rango y empresarios de alto vuelo.
“El edecán del presidente, que estaba vestido de marino, me pidió que, por favor, le prestara mi saco. ‘Si me presento con mi uniforme me pueden pasar muchas cosas’, me dijo”, rememora el médico y sonríe. El marino medía un metro ochenta de estatura y él apenas un metro cincuenta.
CERPA Y ‘EL ÁRABE’
Otro personaje imborrable para Bonilla es el expresidente y ahora prófugo, Alejandro Toledo. Antes de ser dejado en libertad, Toledo se despidió con un breve discurso: “¡No se preocupen. Les prometo que yo los voy a sacar!”. Lo primero que hizo, por cierto, fue irse a veranear a Punta Sal y luego al extranjero. “Ese mismo día me di cuenta de que era un político falso”, señala el galeno.
Bonilla señala que al día siguiente de la toma, el terrorista Roli Rojas -apodado ‘El Árabe’ y lugarteniente de Néstor Cerpa, el cabecilla del secuestro- preguntó quiénes eran médicos. Muchos de los rehenes empezaban a enfermarse. Ariel Frisancho, Víctor Lucero y él levantaron la mano.
‘El Árabe’ le dijo a Bonilla que se encargara de la atención de los rehenes japoneses. Él habla ese idioma desde cuando estudió medicina en ese país. Pero también tenía que atender a cuanto rehén lo solicitara. Los tres doctores eran los únicos autorizados para movilizarse por toda la residencia.
Los galenos no dormían ni en la madrugada. Bonilla recuerda que cuando ya estaba pegando el sueño, algún paciente lo llamaba. Tenía que caminar de puntillas para no pisar a las cuarenta personas que, apretujadas, dormían en el suelo del mismo ambiente. Cuando regresaba, su sitio ya había sido ocupado por otro. “‘¡Es el médico, carajo!’, protestaban muchos. Había que buscar otro huequito para dormir”, narra.
ENFERMEDAD
El mismo Bonilla, incluso, intercedía varias veces con ‘El Árabe’ para que algún rehén se fuera a su casa porque su enfermedad era grave. Una vez no quiso aceptar. Se trataba de un rehén japonés que tenía totalmente roja la garganta por el aire acondicionado.
Bonilla se acercó casi al rostro del terrorista y le habló fuerte: “¡Si no se va, ahora mismo se desata una epidemia!”. Lo liberaron en segundos.
Al quinto día, ‘El Árabe’ lo llamó y le dijo: “Doctor, lo voy a premiar. Usted se ha portado muy bien, lo vamos a extrañar”. Bonilla y los otros dos médicos salieron en libertad la noche del 19 de diciembre de 1996.
Su tranquilidad duró poco. En los primeros días de enero de 1997 recibió la llamada para que retornara. Los terroristas no confiaban en los médicos que el Ministerio de Salud les ofreció para atender a los rehenes. Creían que eran agentes de inteligencia.
“No lo pensé dos veces y volví con mis dos compañeros”, dice. Cada vez que eran requeridos, los galenos ingresaban con equipos para hacer ecografías y electrocardiogramas. Ellos mismos los recogían y los ingresaban con personal de la Cruz Roja Internacional.
MICRÓFONOS
Mucho tiempo después se enterarían de que en esos artefactos, agentes de inteligencia de la DINCOTE también colocaron minúsculos micrófonos y filmadoras. Lo mismo hicieron los policías en otros aparatos.
Bonilla aún recuerda los rostros de los jóvenes terroristas que Cerpa, ‘El Árabe’ y ‘Tito’ arrastraron a esa diabólica operación: “Eran unos chiquillos, muy humildes, asustados. Cuando se conoció que viajarían a Cuba, uno de ellos me preguntó: ‘¿Doctor, dónde queda Cuba? ¿Cómo se va, en micro o en avión? No sabían ni siquiera dónde estaba”.
El médico jamás olvidará que entre los rehenes también hubo diplomáticos extranjeros patanes, irracionales, que increpaban y acusaban al embajador Morihisa Aoki de ser el culpable de lo que pasaban.
“El embajador, quien se quedó hasta el último día del secuestro, guardaba silencio, nunca les respondió. Es una persona a quien siempre admiraré”, señala Bonilla.
¿Qué le dejó todo esto?, le pregunto. Bonilla responde sereno: “Fue una circunstancia que el destino puso en mi camino. Es una de las pocas oportunidades donde se conoce a la gente tal como es”.
Para este columnista, todos son héroes: los médicos, los agentes de la Dincote que colocaron los micrófonos, los anónimos mineros que cavaron los túneles y los comandos 'Chavín de Huántar'. Todos hicieron posible esa heroica acción de rescate. Nos vemos el martes.