Nuestro autor invitado de esta semana es Elías Soto, profesor de actuación en el centro penitenciario Castro Castro. En su relato para ‘Cartas desde mi celda’, columna a cargo de internos e internas de los penales más peligrosos del país, nos cuenta ese proceso ‘liberador’ que logró gracias al teatro. Recuerda a quienes lo ayudaron y reflexiona sobre esos momentos importantes al que un reo no asiste por el encierro. Empecemos:
Fue un martes por la mañana, estábamos en el patio del pabellón 4B, que estaba situado en la parte más peligrosa del penal o con personas de más peligrosidad, conocido como ‘La Pampa’. Yo estaba castigado por haberme peleado con otro interno y estaban buscando personas para ir a un curso de teatro que se dio en el penal. No me quedó de otra, me mandaron a la guerra.
Llegamos y había dos chicas extranjeras, por cierto, muy guapas, Virginia y Lourdes. Al momento de presentarnos, con mucha dificultad, di mi nombre y todos me miraron. Me dio mucha vergüenza. Luego hicimos juegos, posición de fotos y así terminó esa mañana de terror y vergüenza para mí. Pensé que allí había quedado todo, pero grande fue mi sorpresa cuando el siguiente martes me estaban buscando en la puerta del pabellón. “¡Piurano, te llaman!” (Por cierto, esa es mi chapa por ser de Piura. ¡Obvio, ¿no?!). Me negué rotundamente.
“No pasa nada”, dije. Pero ya me habían puesto en la lista y tenía que ir sí o sí. Si no, se metía la guardia y eso no lo quiere nadie, mucho menos que entren por culpa tuya, así que salí.
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Nuevamente jugamos, hicimos ejercicios, desplazamientos de espacios, ubicaciones, mis demás compañeros eran más tranquilos, yo me enojaba muy rápido cuando no me salían las cosas y ellos se quejaban de mí con el profesor que estaba a cargo de este proyecto. El profesor John Fernández me llamó la atención y yo, en mi defensa, dije que ellos mentían, pero quien realmente estaba mintiendo era yo.
Me dije a mí mismo: “Ya, ok, ¡basta! Es la última vez que vas”, así lo decidí hasta que llegó el martes y, nuevamente, me llamaron a la puerta para ir al teatro. El profesor John estaba allí, esperándome, le dije: “Profe, yo ya no quiero ir”. Él me miro muy serio y me dijo: “¡No! Apúrate, ponte tus zapatillas y vamos”.
Por el camino le insistí: “profe, por favor, esto no me gusta”, pero él ni siquiera me contestaba, y así pasaron muchos días. Luego iniciamos el proyecto de una obra de teatro y me sorprendió cuando me dieron un papel, el primero de toda mi vida, era un ‘mozo’ y la obra se llamaba ‘Recordando a Villar’, trataba sobre un profesor jubilado que se reencuentra con sus alumnos. Muy bonita, por cierto.
Fue tan increíble la sensación de estar en el escenario y recibir los aplausos de los invitados. Un tiempo después, estábamos ensayando otra obra, a consecuencia de eso empecé a leer libros. El primero que leí fue ‘La Odisea’, me identifiqué mucho con ‘Ulises’ por mi condición de estar lejos de casa y de mi familia. Así empezó esta locura.
El teatro cambió mi vida, la lectura me educó y hasta llegué a ser por un tiempo el líder de taller de arte y cultura RENACER. Pasaron varios años y volví a ver al profesor John y le pregunté: “¿Profe, por qué tú ibas a buscarme cuando yo no quería ir al taller?”. Lo que él me respondió me hizo doler el corazón.
El ‘profe’ me dijo: “Porque tú eras el peor de todos, quise ayudarte y gracias a Dios lo conseguí”. No pude aguantar las lágrimas y lloré. Los internos también lloramos. Mucho más de lo que afuera se cree.
Hoy sigo haciendo teatro en el penal y enseño a los nuevos valores que vienen con ganas de cambiar, veo a los más rebeldes y me veo a mí en mis inicios.
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Soy feliz y mis hijos también. A ellos les comparto lo aprendido. Ya no soy el que fui antes, es algo increíble. El arte a través de la música, la lectura, el deporte, cambia. En mi caso, el teatro es el regalo más preciado que llegó a mi vida. Agradezco a Dios y al profesor John por ayudarme a crecer como persona.
Sé que es un camino muy largo y difícil. Estar separado de mis hijos es un castigo demasiado doloroso, no estar en los momentos difíciles de ellos o en su cumpleaños, navidades, pero lo más doloroso es perder a un familiar y no poder despedirse de ella. Aun así la vida continua y tenemos que superar estas etapas.
El teatro me hizo un ser humano sensible, quiero ayudar a todos los que estén en el camino que yo anduve, solo hay que elegir el camino correcto. Soy promotor de cultura y mi misión es rescatar personas de las garras de la delincuencia y formar personas de buen vivir, con el arte como instrumento que transforma vidas.
Soy Elías David Soto Andrade, profesor de teatro de este penal, gracias a Dios por esta etapa maravillosa de mi vida.
Hasta junio de 2021, en Perú, había una población penitenciaria de 87006 internos, de la cual 4426 eran mujeres y 82580 varones.
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