Por: Juan Mauricio Muñoz (@jmmm1414)
El periodista y activista LGBT argentino, Bruno Bimbi, estuvo en Arequipa en el Hay Festival 2018 para presentar 'El fin del armario. Lesbianas, gays, bisexuales y trans en el siglo XXI'. El libro, de la editorial independiente Travesía Editora, en coedición con Marea Editorial (Argentina), es una crónica de época sobre la experiencia gay actual desde distintas perspectivas.
Conversamos con Bruno Bimbi sobre su libro, los derechos LGBT y Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, país donde el escritor vive.
Vives en Brasil hace 10 años. ¿Qué opinas de la asunción de Bolsonaro como presidente, un mandatario que es anti LGBT y tiene un discurso homofóbico?
El gobierno de Bolsonaro, un fascista que llega al poder por el voto popular –aunque con Lula, el candidato más popular y que sin dudas hubiese ganado, proscripto– es peligroso por muchos motivos. El presidente es un exmilitar que reivindica la dictadura, tiene como ídolo a un torturador y es un declarado enemigo de la democracia y los derechos humanos. Hizo toda su carrera divulgando mentiras y desparramando odio contra las minorías, en especial contra los gays, y ahora promete liberar la venta de armas y combatir el marxismo imaginario que su mentalidad paranoica ve hasta en la sopa. Es, además, un hombre bruto, ignorante, con dificultades para contruir frases con sujeto y predicado. Su canciller, Ernesto Araújo, es un demente que afirma que el cambio climático no existe, que la globalización es una conspiración marxista y que el matrimonio gay y el aborto forman parte de un plan de la izquierda para impedir el nacimiento del niño Jesús (¡textual!). Su ministra de Familia y Derechos Humanos es una pastora evangélica chiflada que parece la tía Lydia de The Handmaid’s Tale. Se llama Damares y jura que habló personalmente con Jesús en un árbol de guayaba. También dice que las mujeres nacieron para procrear y que, con este gobierno, los niños se van a vestir de celeste y las niñas, de rosa. Su ministro de Educación es un exprofesor de la Escuela del Comando del Estado Mayor del Ejército que promete combatir el marxismo y el “cientificismo” en las escuelas. Su jefe de gabinete es un lobista de la industria de las armas. Bolsonaro odia a los gays, a las feministas, a los inmigrantes, a los negros, a los indios. Es un gobierno de locos, delincuentes y autoritarios.
Pero yo creo que el mayor peligro de este nuevo fascismo evangélico que llega al poder en Brasil pasa menos por el gobierno y más por los fanáticos que lo llevaron al poder, esa manada de zombies estilo The Walking Dead que militaron por la candidatura de Bolsonaro, se creyeron todas las fake news y ahora están empoderados. Entre esa gente están los que piensan que los gays y las lesbianas fueron demasiado lejos y que es un asco que puedan casarse. Creen, como dijo el Presidente, que es mejor un hijo muerto a un hijo homosexual, y que si te salió así fue por falta de golpes. Están también los que, cuando en el noticiero hablan de una chica que fue violada, opinan que “seguramente esa putita se la buscó”. Los que piensan, como dice su líder, que los derechos humanos son un invento de defensores de delincuentes. A muchos les molesta que sus hijos tengan que estudiar en la misma universidad con negros, gracias a las políticas afirmativas; que las empleadas domésticas ahora tengan derechos laborales; que los pobres viajen en avión. Y odian a Lula por todo eso. Muchos les dicen “feminazis” a las feministas y creen, como dijo el presidente en su discurso de asunción, que uno de los principales problemas de la educación brasileña es la inexistente “ideología de género”.
Esa gente se sentía presa en la “dictadura de lo políticamente correcto” que el presidente ahora promete combatir, por la que ya no se puede decir más “negro de mierda”, no se puede tocarle el culo por la fuerza a una mina y hay que soportar que dos maricas se den un beso a la luz del sol. Esa gente muchas veces callaba lo que pensaba, pero ahora no más. Eligieron a un presidente que es uno de ellos, que dice todo eso con la frente bien alta y que ya les advirtió en su último discurso de campaña a todos esos rojos, a esos maricones, que tendrán que elegir entre la cárcel y el exilio. Es cierto que esa gente es minoría, inclusive, entre los electores de Bolsonaro. Millones de personas votan por los motivos más diversos, inclusive contradictorios, sin lógica. Pero el presidente es, sin dudas, parte de ese grupo, al que le guiña el ojo todo el tiempo para que sepan que, a partir de ahora, el país les pertenece. Esa gente, entre los que hay policías violentos, militares nostálgicos de la dictadura, milicianos, pastores evangélicos extremistas, cabezas rapadas, maridos golpeadores, supremacistas blancos, neonazis y toda una fauna de violentos, siente que por fin les llegó la vez de mandar. Y ahí radica el mayor peligro del gobierno que empieza, un peligro aún mayor que sus propios actos, que serán sin dudas catastróficos.
De hecho, cuando Bolsonaro salió elegido presidente en Brasil, hubo ataques contra la comunidad LGBT, la mayoría relacionado al partido de Bolsonaro, ¿crees que muchas personas LGBT huirán de Brasil de esta posible dictadura?
Se trata justamente de esa gente que te decía, que está como perro rabioso sin correa, suelto por la calle. Ahora, con su führer en el poder, se sienten libres para hacer cualquier barbaridad, porque el presidente está de su lado. Se sienten dueños del país. Y son muy peligrosos.
Las iglesias, tanto evangélicas como católicas, han sido esenciales para que Bolsonaro salga elegido como presidente en Brasil. En ‘El fin del armario’ escribes sobre el rol de las religiones en los prejuicios pero también en la violencia sobre el colectivo LGBT. ¿Esa es la mayor lucha?
Hace más de diez años que vengo diciendo que la mafia evangélica fundamentalista, que no es una religión, sino una banda de aprovechadores de la fe ajena, charlatanes, delincuentes que han construido corporaciones político-empresarias disfrazadas de iglesias con las cuales se han hecho millonarios y han acumulado poder político, es la principal amenaza a la democracia en Brasil y puede serlo también en el resto de América Latina. No es casualidad que el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff haya sido liderado por el diputado Eduardo Cunha, que era el monje negro de la bancada evangélica en el Congreso. No es casualidad que la principal estructura territorial del bolsonarismo hayan sido las iglesias evangélicas fundamentalistas. El PT cometió el gravísimo error de aliarse a parte de esa gente en vez de combatirlos, y muchos avisamos que eso iba a terminar mal, como de hecho terminó. Esa gente es muy peligrosa.
Perú es una sociedad muy conservadora. Pese a las luchas LGBT muchos jóvenes prefieren no salir del armario lo que llamas adolescencias robadas en 'El fin del armario', ¿crees que esto cambiará en algún momento en nuestro país?
Perú es, hoy, una sociedad parecida a la que era Argentina en 2006 cuando empezamos a organizar la campaña por el matrimonio igualitario. Cuando uno piensa que hoy la Argentina tiene la legislación más avanzada del mundo sobre derechos de la población LGBT, acaba pensando que siempre fue un país más avanzado en este tema, pero no era así. Éramos un país conservador, con un movimiento LGBT poco articulado, una iglesia católica muy poderosa y una clase política a la que el tema le importaba poco y nada, con algunas poquísimas, honrosas excepciones. Hubo que trabajar mucho para cambiar ello. Perú también puede hacerlo. Sé que el diputado Alberto de Belaunde, que es gay y está fuera del armario, va a defender el matrimonio igualitario en el Congreso y le deseo mucha suerte. Hay que organizarse y luchar por ello. Si yo tuviese la oportunidad de hablar con el presidente del Perú, le diría que no tenga dudas de que, en poco tiempo, Perú tendrá matrimonio igualitario, y ese será el primer paso de otras leyes y cambios culturales y políticos que acabarán con la discriminación contra la población LGBT. Eso es inexorable, va a pasar, le guste o no a los conservadores, como la segregación racial en muchos países acabó aunque no les gustara a los racistas. Lo que el presidente debe decidir es si ese cambio será durante su gobierno o de aquí a cinco o diez años. Creo que demorará menos. Yo le diría: “Presidente, en unas décadas, los libros de historia con los que estudian los chicos en las escuelas traerán la foto de un presidente que será recordado por haber tenido el coraje de ponerse al frente de este cambio e impulsar la ley de matrimonio igualitario durante su gobierno. Lo que usted tiene que decidir es si esa foto será la suya”.
En Perú es muy fuerte el colectivo ‘Con mis hijos no te metas’ relacionándolo con la ‘ideología de género’. Desde tu perspectiva, ¿cómo se lucha contra estos grupos?
En primer lugar, no existe esa tal “ideología de género”. Es un mito, una teoría conspirativa absurda, como lo fueron los Protocolos de los Sabios de Sión, usados durante mucho tiempo para justificar el odio contra los judíos. Lo que realmente tenemos que discutir es si debe haber educación sexual inclusiva en las escuelas, y yo creo que sí, es muy necesario. De hecho, es una obviedad en los países más desarrollados. La gente debería preguntarse por qué eso que los fanáticos rechazan aquí es lo que se hace en cualquier escuela de los países que tienen economías más prósperas, democracias más sólidas, mejores índices de desarrollo humano, en fin, donde se vive mejor. En el libro cuento el caso de una escuela de Bélgica, es una historia hermosa que acá provocaría los gritos de esa gente de “Con mis hijos no se metan”.
Ellos parten de la equivocada idea de que todos los niños son, sin excepción, futuros heterosexuales en estado puro y que cualquier información que reciban sobre la homosexualidad —aun cuando ni siquiera esa palabra sea mencionada— puede desviarlos del camino “natural”, generarles una duda, influenciarlos, corromperlos. Pero no es así. Gays y lesbianas no nacemos adultos: ¡también tuvimos infancia! Y durante toda nuestra infancia fuimos sistemáticamente “influenciados” por la constante “propaganda” heterosexual, que incluía el “ejemplo” de la mayoría de nuestros familiares y amigos, el tío o la tía que nos preguntaba si ya teníamos novia, los personajes de los cuentos infantiles, los dibujitos animados, los videogames, el cine, la música, el teatro, la televisión y hasta los ejemplos de cada ejercicio de la escuela. Sí, inclusive las oraciones para hacer análisis sintáctico en las clases de lengua venían en la forma “Pedrito ama a María”, jamás en la forma “Pedrito ama a Rodrigo” o “María ama a Lorena”. Y, sin embargo, todo ese silencio sobre la diversidad sexual y esa educación heteronormativa sistemática y cotidiana —y los prejuicios, chistes homofóbicos, burlas, ofensas, bullying, y a veces violencia física que presenciábamos o, a partir de cierta edad, sufríamos— no nos “hicieron” heterosexuales. Nos hicieron sufrir, apenas, pero no nos hicieron cambiar. No podrían. Del mismo modo, ningún chico o adolescente con orientación heterosexual se va a “hacer gay” si en algún cuento infantil el príncipe se casa con otro príncipe o la princesa con otra princesa, si Clark Kent se enamora de Jimmy Olsen y no de Lois Lane, si Batman y Robin deciden salir del armario, si ven a dos hombres o dos mujeres dándose un beso en televisión o en la parada del colectivo o si en una prueba de lengua, la oración para analizar dice que “Pedrito ama a Rodrigo”.
Lo que sí puede pasar, si la escuela y la familia educan para la celebración de la diversidad y contra el prejuicio, es que ese chico gay —sepa o no sepa ya que lo es— no comience a odiarse a sí mismo, no tenga vergüenza o miedo, no se esconda, no sufra. Que viva su niñez, su adolescencia y su juventud como cualquier otro y llegue a la adultez sin traumas causados por la violencia y los prejuicios de los demás. Y, del mismo modo, que ese chico hétero no comience practicando bullying contra su compañero gay en la escuela y, al crecer, no se transforme en un adulto prejuicioso y lleno de odio, miedo o repulsa contra los que no son como él, contra los que simplemente aman distinto. Ojalá mi escuela hubiera sido así.
Me impactó mucho la historia de Zulema en ‘El fin del armario’. Llegar a secuestrar a tu hija para que la ‘curen’ del lesbianismo. ¿Hasta qué punto de la crueldad podemos llegar?
Fue una de las historias que más me impactó, por eso decidí darle mucho destaque en el libro. Yo conocía a Silvita Buendía, que fue la abogada de Zulema, porque fue una de las organizadoras de la presentación de mi primer libro, Matrimonio igualitario, en Ecuador. Fue ella quien me contó lo que estaba pasando con Zulema y entonces me puse a investigar. Esta chica había sido secuestrada por orden de sus propios padres, que la internaron en una “clínica” operada por delincuentes de la mafia evangélica, que dicen que “curan” la homosexualidad, como si se tratara de una enferemedad. Fue sometida por esa gente a todo tipo de torturas físicas y psicológicas. Sí, el ser humano, lamentablemente, es capaz de eso. Y, para que esa barbaridad sea posible, es necesario, antes, deshumanizar a las víctimas, como los nazis hicieron con los judíos y esa gente hace con los homosexuales. Del mismo modo que los nazis usaban todo tipo de teorías conspirativas delirantes, algunas herederas de los Protocolos, esta gente tiene las propias, como el cuento de la “ideología de género”. Necesitan transformar a la población LGBT en una amenaza, un peligro para los niños, por eso lo de “no te metas con mis hijos”. De esa forma justifican la discriminación, el prejuicio, la estigmatización, la desigualdad legal e inclusive la violencia. No es nada nuevo. Los homosexuales somos los judíos de esta época en muchas partes del mundo. Lo que diferencia a un personaje como Bolsonaro de Hitler es el contexto histórico. Afortunadamente, en esta época, las atrocidades cometidas por el nazismo serían imposibles. Pero si Bolsonaro hubiese llegado al poder en 1936, no hubiese sido muy diferente.
¿Existe el fin del armario?
En el prefacio del libro digo que el título, El fin del armario, es al mismo tiempo una constatación y una expresión de deseos. Una constatación porque, por primera vez en la historia de la humanidad, el armario está empezando a derrumbarse. Si hiciéramos un ejercicio de ciencia ficción, un viaje en el tiempo, y lleváramos a un joven homosexual de 1719 a 1819, o inclusive a 1919, se sorprendería por esas cosas que muestran las películas tipo Volver al futuro: la ropa, la tecnología, los modelos de los autos, la música. Pero los modos de vida y la sociabilidad homosexual de todas esas épocas era muy parecida. Los prejuicios eran los mismos, la represión también, el armario era igualmente poderoso. Ahora bien, si hiciéramos el mismo viaje con un joven homosexual de 1919, trayéndolo a 2019, al menos en la mayoría de los países occidentales, el cambio sería gigantesco. Por primera vez, las cosas están empezando a cambiar, en algunos lugares del mundo más rápido que en otros, pero están cambiando. Y el libro también habla de eso, contando historias de diferentes países y continentes, que sirven para ver las diferencias que existen entre diferentes partes del mundo contemporáneo.
Pero, decía, el título es también una expresión de deseos, de que el fin del armario llegue más rápido, de una buena vez, a todos. Porque hace falta. El prejuicio es hijo de la censura y la represión. Cuando hablar de sexualidad es tabú, cuando algo tan básico y necesario como la educación sexual en las escuelas –una obviedad en los países desarrollados– es combatido por fanáticos que gritan “Con mis hijos no te metas” (habría que avisarles que los que se meten con sus hijos son algunos curas, que los violan); cuando la mayoría de los homosexuales se ven obligados en una determinada sociedad a estar en el armario por miedo al prejuicio de los demás, lo que tenemos como resultado es una censura que produce prejuicos, desinformación, mitos. ¿Qué pasa cuando la mayoría de los homosexuales de un país está en el armario? Pasa que la única información que el resto de la población tiene sobre la homosexualidad es lo que dicen los políticos, pastores evangélicos y curas homofóbicos: que somos pervertidos, promiscuos, malos, peligrosos, que queremos destruir la familia, la civilización y no sé qué más.
¿Qué pasa cuando los homosexuales comienzan a salir del armario? Pasa que tú te das cuenta que ‘homosexual’ significa tu dentista, tu vecino, tu hijo, la cajera del banco, ese músico que tanto te gusta, esa actriz de cine que admiras, tu primo. Y piensas, entonces: “Fulano es una buena persona, trabajador, honesto, solidario. Yo lo conozco hace años. Y es gay. Entonces, no puede ser verdad todo eso que yo creía sobre los gays”. En Argentina, durante el debate de la ley de matrimonio igualitario, miles de personas salieron del armario con sus familias, amigos, compañeros de trabajo. Y eso produjo un cambio cultural aún mayor que la ley. Y, claro, cuando las parejas comenzaron a casarse y los familiares, amigos y vecinos empezaron a ir a la fiesta y vieron que era un casamiento como cualquier otro, los prejuicios empezaron a morir. Llegará el día en el que ser gay o hetero sea visto, por cualquier persona, como una diferencia tan poco importante como tener los ojos verdes, azules o marrones. Apenas una más de las características de la diversidad biológica de la especie humana, que no nos hace mejores ni peores, más o menos normales, ni nada de eso.
BRUNO BIMBI: Periodista y doctor en Letras/Estudios del Lenguaje por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Es corresponsal del canal Todo Noticias. Fue secretario de Relaciones Institucionales y Prensa de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans y uno de los responsables de la estrategia política que llevó a la aprobación del matrimonio igualitario en Argentina. Actualmente vive en Brasil, donde también coordinó la campaña por el matrimonio igualitario.