El mundo se viene abajo cuando muere un familiar o un amigo. Los parientes y amigos pueden devolver cierta estabilidad a la vida, importante es: quienes atraviesan el duelo no deben ser marginados bajo ninguna circunstancia.
Porque el duelo hace lo que quiere y no hay forma de ejercer control sobre él. “Es un sube y baja, todo es confusión, no te puedes preparar para nada, es brutal”, recuerda Peter Schneider lo que le sucedió cuando falleció su mujer, Grit.
Ya pasaron seis años desde que este redactor deportivo llegó una noche a su casa y encontró a su pareja sin vida. Su corazón simplemente había dejado de latir. Así comenzó para él una verdadera pesadilla.
En su libro “El peor ruido es el silencio”, editado en alemán, describe cómo solo su “caparazón” trotaba por el bosque cuando salía a correr, a la vez que tenía miedo de la puesta de sol cada tarde, pensaba en el suicidio y en algún momento creyó incluso que el dolor no cedería jamás.
Cuando una persona fallece inesperadamente, sus familiares y amigos se ven arrancados bruscamente de su vida cotidiana sin aviso previo. Entonces, el anclaje más importante en el siguiente periodo de duelo es el entorno social, dice la presidenta de la Asociación Alemana de Apoyo en el Duelo, Carmen Birkholz.
“Una y otra vez las personas afectadas refieren que la gente les escapa. Se sienten entonces como leprosos”, indica Birkholz. Peter Schneider evoca cómo rápidamente desaparecía el buen ánimo general ni bien él se sumaba a un grupo. “Eso era terrible”, admite.
Schneider y Birkholz recomiendan acercarse a las personas que están de duelo. Y, quien no sepa qué decir, puede decir exactamente eso: “No sé qué decir”.
Tampoco se debe temer a un tartamudeo o una lucha por encontrar las palabras adecuadas. “Es lo mismo que los primeros auxilios en el lugar de un accidente: lo peor es no hacer nada”, compara Schneider. Por ello, llama a reaccionar con empatía y tomar del brazo a quienes atraviesan un duelo, los temas de conversación aparecerán solos.
Birkholz, quien es asesora y acompañante en materia de duelos, recomienda además no esperar durante las semanas y meses siguientes a que la persona que está de duelo tome contacto, porque esto suele resultarles difícil en esta situación.
Recomienda, en cambio, ofrecer este contacto una y otra vez, y mostrar que el dolor es comprensible y que la persona que lo atraviesa debe tomarse el tiempo que necesite para procesar el duelo.
Schneider encontró el apoyo de amigos y colegas en su duelo. Ya inmediatamente desde un comienzo se acercó a ellos y les pidió que se comportaran como siempre. Y les dijo que les avisaría si algo le resultaba incómodo.
Hay que dejarse ayudar
También asegura que es importante dejarse ayudar. “Me agarré de todo apoyo que pude encontrar”, cuenta. Y encontró sólidos pilares, como el servicio de acompañamiento en el duelo y una psicoterapeuta.
“Buscar y no encontrar”, describe Carmen Birkholz esa fase en la que se experimenta una gran cercanía interior con la persona fallecida. Esta y otras sensaciones se presentan a una escala enorme y no pueden ser controladas.
Por eso, ayuda hacerse un “plan de primeros auxilios” y anotarlo para las etapas difíciles. Esto puede ser desde una charla con un amigo, hasta la vuelta para pasear al perro, así como salir a trotar al bosque, comer pizza, llamar a la línea telefónica de ayuda o, simplemente, llorar.
También pueden ser de utilidad ciertos rituales, o también sumergirse en recuerdos, visitar la tumba o encender velas. Pero también está bien permitirse desviarse del tema, tomarse una pausa del duelo.
“El luto es curador. La persona que murió encuentra un lugar en el interior de uno”, describe Birkholz este proceso. En algún momento, el recuerdo ya no es desgarrador, sino que es cálido. Y aparece el espacio para la gratitud por el tiempo compartido.
El tiempo que puede transcurrir hasta ese “algún momento” es dispar. Peter Schneider cuenta que dos años después de la muerte de su mujer volvió a caer en un “profundo agujero”. “Me desmoralizó fuertemente. Creí que no se acabaría nunca”, señala.
Para Carmen Birkholz, esto no es una excepción. Porque escucha con frecuencia de casos de cónyuges que pasan mucho peor el segundo o tercer año que el primero después de la muerte de su pareja.
Y a esto se suma otro factor que dificulta aún más: que entonces, a diferencia del primer tiempo del duelo, ya no son escuchadas ni contenidas por las personas de su entorno.
Para Peter Schneider, entretanto, el duelo se transformó en un “extrañar y recordar”, según refiere él mismo. Grit siempre vive en su interior, afirma. Pero él tiene ahora una nueva vida: se mudó y se volvió a casar.
“Las cosas vuelven a funcionar”, analiza el hombre, con ligera sorpresa en la voz. “Esto jamás me lo pude imaginar durante el duelo”, admite.