
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un sudadito de cachema dorada con su porción de arroz. Para tomar pidió una jarrita de chicha morada. “María, resulta increíble que un empresario de la educación, como César Acuña, dueño de varias universidades, no sepa responder cuánto es 7x8, pese a que pregona que es ingeniero químico. La entrevista que le hizo el streamer Cristorata al político liberteño grafica cómo se ha empobrecido la educación en el país, especialmente desde que se convirtió en un mero negocio, igual a como vender panes o carros. Desde los años 90, en que se liberalizó la apertura de universidades, han aparecido decenas de ellas en todo el país, unas peores que otras, con profesores pauperizados y algunas sin talleres ni infraestructura. Pero tanto es el poder de estas corporaciones, que lograron colocar alfiles en el Congreso.
Desde allí petardearon a la Sunedu, la institución encargada de filtrar esas casas de estudio y cerrar las que no brindaban buen servicio. Me da pena porque se juega con la ilusión de miles de jóvenes que se matriculan en busca de una profesión. Pero muchos al salir se dan con un golpe en la cara pues no han sido bien preparados. Y por ello no consiguen trabajo. Es que muchos de los alumnos no son vistos como tal en las universidades de cartón, sino como clientes. Y esos clientes no pueden ser reprobados porque se van. Las universidades peruanas se han convertido en fábricas de títulos. No les importa si el país necesita una determinada cantidad de abogados, ingenieros o arquitectos. En Nueva Zelanda, por ejemplo, todos los años se reúnen los rectores de las universidades y las autoridades del Gobierno para analizar cuántos profesionales necesita el país, de acuerdo a la producción de cada sector. Eso para que no haya sobrepoblación de profesionales,como ocurre en el Perú. Nada de eso les importa a los empresarios de la educación, ellos solo quieren ganar plata. Y menos al Gobierno, que accede al lobby”. Buenas palabras de Gary. Me voy, cuídense.








