El Chato Matta llegó al restaurante ‘herido’. Tenía los ojos rojos y la cara demacrada. Le preparé un aguadito con una pierna grande de pollo, corazoncitos y mollejitas. Le puso rocotito molido y limón. Ahí recién compuso el cuerpo.
“María, recibí el 2021 en casa con mi familia. Solo comí un poco de chanchito y brindé con un roncito Zacapa a la medianoche para que se vaya para siempre este maldito coronavirus. Me acosté y temprano en la mañana me timbró el gran Pancholón.
Su voz no era la misma. Me dijo: ‘Chato, feliz año, tú eres mi hermano, no eres soplón ni largador como otros. Baja urgente a mi casa para que veas lo que me están haciendo’… Me dio curiosidad y fui volando. Apenas entré, vi a un curandero haciendo una mesada.
Pancho estaba recostado casi calato en una camilla. ‘A Panchito le han hecho un trabajo con tierra de muerto. Esa mujer es mala, hace daño’, me dijo todo serio el maestro piurano. ¿Mala mujer? Le pedí a Pancho que me cuente qué significaban todas esas calaveras y ese cuervo negro que se lo pasaban por todo el cuerpo.
‘Causa, el maestro me está ‘limpiando’. Yo te conté que, desde hace unos meses, salía con la loquita Marjorie del Callao. Fue mi culpa. Ella me dijo que no le importaba que tenga mi señora, que podíamos ser ‘salientes’ sin compromiso, solo que la deje coja como a la Shey. La íbamos a pasar bien. Pero me empezó a acosar.
Se parecía a Glenn Close en ‘Atracción fatal’. Se obsesionó conmigo y me iba a buscar a mi trabajo, me hacía desplantes delante de mis amigos, los abogados del Callao. Un día se apareció en mi casa. Tuve que llamar al serenazgo, por eso me abrí.
Pero hace un par de semanas me llamó por teléfono: ‘Panchito, mi amochito. ¡Eres un ingrato! ¿Cómo está mi gordito preferido, mi tigre? Me acabo de comprar un hilo dental espectacular de color rosadito, como tu amado Sport Boys’. Me agarró en mi cuarto de hora, pensé que había cambiado.
Nos citamos en su depa. ‘Te voy a dar un regalito de fin de año que nunca olvidarás’, me dijo y me hizo volar. Esa noche ingresé a su casa y estaba oscurito. En eso, escuché la voz de la loquita: ‘¡¡Pancho, siempre serás mío. Siempre serás mío, mío, mío!!’.
Apenas tomé un trago, me sentí muy mareado, parecía que me habían pepeado. Todo me daba vueltas y a lo lejos veía que empezó a escupirme unas pócimas y tenía un muñeco gordito y con ojos verdes en la mano, clavado con alfileres. ¡¡Se parecía a mí!! Quise levantarme y no podía. Ni mover los brazos.
Chato, te juro que desde ese día me duele todo el cuerpo. Parece que me hubieran agarrado a palos. Tengo problemas hasta para ir al baño. Yo tengo la culpa por dejar bien a los varones. Para colmo de males, ayer recibí un wasap que decía: ‘Pancho, conmigo no vas a jugar, le voy a contar todo a tu esposa. Tu loquita’. Pucha, ya me dio miedo. Desde Año Nuevo no salgo de mi casa’”. Ese señor Pancholón tiene todo lo que se merece, por cochino y mujeriego. Me voy, cuídense.