El Chato Matta es un gran amigo y, a veces, me cuenta sus historias más íntimas. “María, hace dos semanas fui a la casa de mi viejita a desayunar y me dijo: ‘Hijito, siéntate, que hace tiempo quiero hablar contigo. Cuando viniste desesperado y me contaste que te habías separado, me confesaste que preferías ver a tus hijos los fines de semana para sacarlos a pasear y traerlos acá, para que no vean las terribles peleas que tenías con tu esposa.
Te apoyé, pero no veo que hayas mejorado como persona. Sé que eres buen trabajador y que a tus hijos no les falta nada, pero los años pasan y tu vida sigue sin rumbo. Tu amigo Pancholón solo es para irte de juerga, pero nada bueno vas a sacar de tanto caminar con él.
Pese a todo eres un hombre afortunado, vino a visitarme Sarita, esa chica simpática que se moría por ti y la arrochabas; a veces hasta dejabas plantada a la pobre. Es administradora de una buena empresa. Me trajo una torta y me dijo: ‘Señora, dele mi número al chato, no lo puedo olvidar...’”.
Mi memoria me trajo a muchos años atrás. Me porté mal. Una noche dejé plantada a Sarita en su casa, vestida y alborotada en Año Nuevo, pues íbamos a una fiesta ‘zanahoria’ en San Borja. La ignoré y me fui a pasarla con Pancho y las terribles Cindy y Angie a un fiestón en el Callao.
Sarita no me perdonó y me hizo la cruz. Me dejó una carta despidiéndose porque se iba a estudiar un posgrado en Madrid: ‘Chato, pese a todo lo que me haces todavía te quiero, pero ¿sabes?, me quiero más a mí misma. Espero encontrar en España a alguien para amarlo como te amé a ti, pero dudo que tú encuentres a otra que te ame como yo’.
Sus palabras fueron proféticas. No se comprometió con nadie y regresó sola, y yo fracasé en mi matrimonio. Volvió y la contrataron en una gran empresa. Decidí salir con ella y, en verdad, vivir en Europa le hizo muy bien porque llegó madurita y preciosa. Pero lo más importante, en su interior seguía siendo la misma chica buena.
Nos encontramos en el malecón de Miraflores. ‘Chato, pensé olvidarte, pero cuando salía con españoles me acordaba de ti, de tus historias, tu gracia, las fiestas y los bailes en las discotecas. Volvamos a empezar’.
Terminamos en su departamento de Jesús María y, fundidos en su cama king size, esta pareció arder como si nuestros cuerpos sudaran gasolina. Allí, ebria de ron y felicidad, me propuso: ‘Chato, quiero casarme contigo’. Salí contento, pensando en empezar una vida nueva con Sarita.
‘Ella no tiene niños, puede llevarse bien con los míos’, reflexionaba. Estaba para dormir cuando sonó mi celular: ‘Chato, soy Pancho. ¡¡Terminó la cuarentena!! y reabrieron los hoteles. Estoy en un fiestón en ‘La Posada’, con dos venequitas que son un amor -‘Papi, papi', se escuchaba- Yolita, un mujerón de Valencia, te está esperando. ¡¡Volvió la tramposería, somos lo que somos!!‘, gritó”. Pucha, ese Chato no cambia y ojalá se decida por la buena de Sarita y no por ese diablo, sinvergüenza y cochino de Pancholón. Me voy, cuídense.