El Chato Matta me llamó al celular para contarme las últimas. “María, a medida que el presidente sigue alargando la cuarentena, hombres y mujeres empiezan a loquearse. Muchos se encierran en sus dormitorios y comienzan a sacar cajas viejas y ver fotos antiguas, de sus épocas de juventud, cuando no había coronavirus, sino toques de queda por culpa del maldito terrorismo. Eso fue lo que le pasó a la chica más deseada del Instituto: Micaela. Nieta de un italiano que huyó de la camorra siciliana y en el Callao se casó con una chalaca, quien le hizo creer que era virgen aquella noche en un hotel frente al puerto, cuando roció aseptil rojo en la sábana.
El gringo italiano le propuso matrimonio. Micaela salió colorada como el abuelo, pero no sacó la astucia de la abuela. Fue elegida Miss Instituto tres años consecutivos. La chalaca miraba por sobre el hombro a todo el mundo. Estaba de enamorada con un empleado de Enapu y el gil le daba todos sus gustitos y a veces la venía a recoger en un carrito. Pero yo notaba que me miraba raro. Una vez me cuadró: ‘Chato, ubícate, yo no te hice nada. No te botes’. Le respondí: ‘Aguanta tu carro, Micaela, no seré uno más en tu lista’. Y me quité.
María, te lo juro que escuché un llanto en aquella preciosura de ojos turquesas. Una tarde, la negra Elena, su incondicional, me buscó con cara de pocos amigos: ‘Chato, Micaela te manda esto’. Y me lanzó un papel. Lo abrí y me quedé con la boca abierta. Era un poema: ‘Mi daño solo lo elijo yo/me dejo mecer por tus empujones, como si fueran viento que me coloca lejos de ti/quisiera creer que mi risa es tu risa, que algún día nuestras lágrimas fueron una/Chato, ¿por qué me ignoras?’. Esa tarde la encontré en la esquina de Wilson y de frente me le fui encima a pesar de que era más alta que yo. ‘¡¡Perdóname!!’, grité, antes de besarla.
Esa tarde demolimos un hotelito del jirón Washington. Ese verano fue espectacular. Un romance secreto. El gil del carrito seguía buscándola y ella me decía que eran solo amigos. Una tarde la odiosa negra Elena se me acercó: ‘Chato, mira lo que te manda Micaela’. Me tiró un parte de matrimonio. Se casaba con el ‘venadito’ que tenía un gran puesto en su empresa. Fue un golpe a mi corazón porque no me dio cara y me fui del Instituto avergonzado e ingresé a chambear al ministerio. Luego me enteraría de que Micaela no me mandó ningún parte y fue una jugarreta de la negra que me odiaba, y prefería al gil del autito, al hijito de papá.
Se habían ido a Miami, pero se divorciaron porque el patita resultó un desleal y la hacía sufrir. Ahora, en la cuarentena, ingresó a mi ‘Face’ y me pidió una videoconferencia, como ‘Foquita’ y Paolo en el Instagram. La vi y estaba guapa, pero un poco cachetona. Me pidió perdón y dijo: ‘Chatito, no me importa contagiarme, quiero que me beses, que me muerdas toditita, como en el hotelito del centro’. Pucha, María, no sé qué hacer, el coronavirus no es un juego”. La verdad es que este Chato Matta no sé qué tiene, pero también le llueven chicas. Sin embargo, no es cochino ni sinvergüenza como Pancholón. Me voy, cuídense.