Mi amigo Gary llegó por su escabeche de pescado con su papita sancochada, aceitunas y huevo sancochado. “María, hay muchos padres que dan la vida porque sus hijos sean los mejores, saquen las más altas notas, reciban diplomas y ganen medallas en los deportes. O porque los demás digan que son guapos o inteligentes. Aun cuando en ese sentimiento puede haber mucha bondad y demuestra un gran amor por los hijos, cuando se da en tal magnitud que nos impide aceptar la realidad, en el fondo es negativo.
Un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Utrecht, en Holanda, encontró que un 25% de los elogios que los padres destinan a sus hijos son exagerados. Otra investigación, de la Universidad de Stanford, de Estados Unidos, descubrió que cuando los padres utilizan elogios que implican una comparación social, como por ejemplo: ‘eres el mejor de tu clase o de tu equipo’, el niño desarrolla una motivación que lo lleva a preocuparse más por las recompensas, porque sus compañeros sean inferiores o hablen bien de él, en vez de esmerarse para que el trabajo esté bien hecho. Elogiar con desmesura a los hijos es presionarlos peligrosamente y, a veces, crear falsas expectativas que más adelante pueden terminar en decepción y frustración. Además, mostrar a un hijo como ‘extraordinario’, una ‘maravilla’ o un niño o joven ‘sinigual’ es, muchas veces, avergonzarlos porque ellos se dan claramente cuenta de que el padre o la madre está exagerando.
Hay muchos jóvenes extraordinarios que fueron los mejores en sus colegios, ingresaron en los primeros puestos a la universidad o eran proyectos de grandes deportistas, pero al llegar a la adultez se chocaron con el fracaso. Como también hay genios que de niños y jóvenes fueron chicos sin mucho talento y hasta considerados poco inteligentes. Por ejemplo, Isaac Newton era definido como un escolar retraído y de escasa memoria, a tal punto que una vez un profesor escribió de él: ‘Este chico no llegará nunca a ningún sitio’. Thomas Alva Edison, a quien tuvieron que sacarlo del colegio por su mala conducta y nulo apego a los estudios, empezó a vender golosinas y diarios en los trenes, donde desarrolló, con los años, su genio creativo. Así, muchos otros genios, como Charles Darwin, Leonardo Da Vinci y Picasso, la pasaron mal como estudiantes. Pero eso no significa que no debemos inculcar la disciplina, el orden y la responsabilidad en los hijos para que sean buenos estudiantes. Hay que transmitirles optimismo y elogiarlos, pero con prudencia”. Mi amigo Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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