Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por unos tallarines saltados jugositos y ají molido. Para tomar pidió una jarrita de maracumango heladito. “María, el peruano, como siempre digo, es recursero, creativo, resiliente y trabajador. No se muere de hambre, ni se va a vivir debajo de un puente o bajo una carpa, como hacen cientos de miles de gringos pobres en las ciudades de Estados Unidos.
Nuestros compatriotas no tienen asco en irse a vivir a la punta de un cerro o a un arenal, donde en pocos años tendrán su casita de material noble, con todos los servicios. Y si pierde el trabajo, se pone a vender chicles en los carros o monta un negocio de salchipapas en la calle. No le roba a nadie, no estafa, ni engaña. Y como todo pequeño empresario, piensa en grande.
En unos pocos años ya tendrá un restaurante modesto y tiempo después una cadena de locales. Miren nomás a los Wong, de una bodeguita en San Isidro a un emporio de supermercados que luego vendieron en más de 500 millones de dólares.
En estos tiempos de crisis económica, como no la vivíamos desde hace décadas, los recurseros aparecen como hormigas trabajadoras. Es el caso de Roberto Madrid, quien se viste de Mario Bros., con bigote y todo, para atraer clientes y vender cebiche en su negocio ubicado en Breña. También hay folclóricas que se disfrazan con trajes típícos para vender choclitos o papa en el mercado Tierra Prometida de Santa Anita.
La cosa no es desanimarse ni creer que quedarse sin empleo es el fin del mundo. Aplaudo a esa gente que se levanta a las 5 de la mañana para ganarse el pan con sus emprendimientos, cualesquiera sean, sin esperar que los políticos corruptos hagan algo por ellos. Algunos consejos de los que saben:
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