El Chato Matta llegó al restaurante por un espectacular chanchito a la caja china, ensaladita fresca, ajicito molido y su jarrita de limonada con hierbaluisa. “María, recibí el llamado del gran Pancholón, quien gritó por el celular: ‘Chatito, tú eres mi hermano, somos saunita, baja al toque que tengo muchas cosas que contarte’.
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Llegué y el gordito había puesto a todo volumen una salsa en la voz de la Sonerita del Callao. ‘Devórame otra vez/ devórame otra vez/ ven castígame con tus deseos, más/ que el vigor lo guardé para ti, ay, ve/ devórame otra vez/ devórame otra vez/ que la boca me sabe a tu cuerpo/ desesperan mis ganas por ti’... Entré a la cámara de vapor y Pancholón me abrazó.
‘Chato, tú sí eres barrio y varón. No como esos fuleros que te sonríen de frente y cuando te volteas te clavan el puñal’, dijo. ‘Estoy movido, el triunfo ante Paraguay me emocionó y terminé en La Posada como los grandes. Al final me sentí como Lapadula, definiendo en el área chica con gran calidad, elegante. Pero solo duró un ratito, porque después, a solas en el cuarto del hotel, me puse mal.
Recordé aquel día que llegué a mi casa y me habían cambiado las cerraduras, y mis cosas estaban en la calle. Mi señora me botó para siempre. Hubo un traidor que andaba conmigo en juergas y encerronas. ‘Pinochín’ me soboneaba, pero en el fondo me deseaba el mal. ‘Los enemigos están cerca de ti’, como decía El padrino. En ese tiempo yo ganaba miles de dólares en la radio y todas las noches liquidaba en diferentes canchas. Cerraba locales y hacía fiestas romanas con los abogados del Callao.
Yo no me daba cuenta, pero el tal ‘Pinochín’ iba calladito a contarle mis andanzas a mi señora, como esos idiotas ‘paños de lágrimas’. Yo sé que fue él quien le llevó el video a mi esposa y dejó un sobre con fotos mías y mi ‘caballito’ del Callao debajo de la puerta de mi casa. En esos tiempos estaba ganador y la fama y los dólares me marearon. Andaba con un collar de oro de 24 kilates en el cuello.
Viajaba a todas las Copa América y justamente en Paraguay, después de dos noches de sexo desenfrenado con un mujerón del carnaval, me ‘pepearon’ y me dejaron calato. Era una joya de miles de dólares. Fui a la policía, pero los corruptos me botaron: ‘¡Peruano gilazo, ándate rápido a tu país, tú tienes la culpa por meterte con mujerzuelas!’.
Me fui en el primer avión. Ahora me siento cansado. Las amanecidas me están pasando la factura. Sufro de la próstata, el médico me ha dicho que no tome Viagra porque puede darme un infarto. Pero lo que más me duele es haber perdido a una gran mujer como mi señora, porque en la calle solo conozco loquitas y aventureras que no son fieles a nadie.
Jamás encontraré a una mujer como ella. No me considero malo, pero tanta tramposería me tiene podrido. Cuando estoy con una chica no quiero ni voltearme, porque pienso que me van a partir, no puedo controlarme y miro a las mujeres de mis amigos, saco la lengüita y pateo debajo de la mesa...’”. Pucha, ese señor Pancholón está mal de la cabeza. Su castigo es que se va a quedar solo, viejo y enfermo. Nadie lo va a cuidar. Me voy, cuídense.