El Chato Matta llegó al restaurante por un cebichito de ojo de uva, seco de res con frejoles, rocotito molido y una jarrita de limonada frozen. La semana pasada me estuvo contando la historia de ‘Pao’, la chica que le rompió el corazón.
“María, hay mujeres que te marcan para siempre. Me considero un hombre de carácter, duro, pero esa mujer, que me hacía leer poemas de Martín Adán y Blanca Varela, me atrapó. Me llevaba a una discoteca alucinante, ‘Bienvenidos al placer’, donde detenían la música y se leía poesía. Fueron meses de locura. Yo estaba acostumbrado a las ‘loquitas’ que me presentaba Pancholón. Algunas veces se vestía con blue jeans rotos, botas de militar, un body de infarto y un casacón. Otras, en la disco, lucía minifalditas y tacazos. Era bella, inteligente y tenía chispa de barrio, pero nunca logré entenderla. Se desaparecía una semana o dos y cuando se volvía a dejar ver, como si nada me decía ‘vamos a comer pescado frente al mar y de allí llévame al hotel. Chatito, si me amas disfrútame y, sobre todo, no me preguntes nada’. Yo sentía que la amaba porque era impredecible. Me iba al baño de la cebichería de mi gran amigo Román, el ‘Pescador’ de El Silencio, y cuando regresaba me entregaba un poema escrito en una servilleta: ‘Dime, si me frotabas hasta romperme en hebras/ ¿por qué nunca pasaste los dedos a través/, por qué no me agarraste?’.
¿Qué trataba de decirme la chica que cantaba música criolla con viejos de Barrios Altos? ¿Y qué le atraía tanto de ese barrio de donde surgió el tristemente célebre delincuente ‘Tatán’? Así era su costumbre hasta que ‘Pao’ se perdió por más de un mes y tuve que llamar al único teléfono donde podía ubicarla. Me contestó una tía: ‘Ya sé quién es, joven, no insista. No la llame más, ‘Pao’ se fue con su marido. No se busque problemas’. El resto ya te lo conté. La encontré como dama de compañía y me dijo con la cara roja de vergüenza que nunca más la busque, que su marido, también del barrio de ‘Tatán’, había salido de prisión y la había amenazado: ‘Si vuelves a ver a ese chato, lo mato a él, a ti y a tu tía’. Yo volvía a recaer en el alcohol y Pancholón me decía: ‘Chato, no seas malo, ya te pareces a Chotillo, un clavo saca otro clavo, te voy a presentar un pantaloncito nuevo’. Una noche recibí una llamada. ‘Chatito, solo escucha, mañana a las diez de la mañana frente al cuartel del Rímac. Allí, con tantos milicos, Robert no podrá matarnos. Te amo y estoy dispuesta a todo. Te espero’. Esa noche no pude dormir. Arriesgar mi vida por ‘Pao’ era una suerte de versión achorada del final de Casablanca de Humphrey Bogart, porque el marido de la inolvidable Ilsa, Victor Laszlo, era un héroe de la resistencia checa, y el tal ‘Robert’, ‘Tatancito’, era un miserable ‘apretón’. Timbré a Pancholón. El gordito llamó a la hora: ‘Causa, ábrete en una. Ese ‘man’ tiene varios ‘fríos’ en su currículum. Mejor te vas una semana a mi casa de playa’. Aquella fue la última conversación que tuve con ‘Pao’. Nunca más la vi ni hablé con ella. Ahora, después de tiempo, no sé cómo averiguó mi número y pide un encuentro en el mismo sitio, el cuartel del Rímac”. Pucha, ese Chatito ya debe sentar cabeza y no jugar con fuego. Me voy, cuídense.
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