El Chato Matta llegó al restaurante por una sopa seca chinchana con sus fideos rojos y su carapulcra y su jarrita de cebada para bajar la grasita. “María, a veces mi viejita me dice: ‘Hijito, tú estás solo porque quisiste. Ya sé que a Anita la amaste más que a todas, pero la perdiste por tu mala cabeza, por hacerle caso a ese gordo de Pancholón. Pero después te casaste con una buena mujer y te dio dos hijitos... ¿Por qué te separaste? Tu amigo Javier te había advertido que esa morochita del ministerio hasta se había metido con el jefe de personal y por eso lo botaron. Pero él perdió solo su trabajo y tú, el matrimonio. Y esa guapita que venía y me leía unas poesías bien bonitas, Isabel creo que se llamaba. ¿Qué pasó, hijito? Yo no te quise contar, pero después que me dijiste que terminaron, ella venía en las mañanas a hablar conmigo, me daba pena porque se notaba que te seguía queriendo, pero me rogaba: ‘Señora, no le diga al Chato que vengo, júremelo’.
Yo no te conté porque esa muchacha era buena y tú parabas con Pancholón. En ese tiempo, ese gordito parece que te lavó la cabeza con sus invitaciones a esos bares del tal ‘Felipe’ o ese antro de perdición llamado ‘La Posada’. Hoy te cuento porque has cambiado, pero me duele verte solo, hijito’. Pucha, mi viejita tenía razón. Isabel era lo que todo hombre debe buscar: una ‘doble B’, ‘buena y bonita’. Todo iba bien entre nosotros. Ella andaba con poesías románticas bajo el brazo. Ernesto Cardenal y Amado Nervo. También escribía poesía a escondidas. Pero el diablo está donde menos lo esperas. Una noche, Isabel me invitó al cumpleaños de una amiga de su universidad, la famosa ‘loca’ Elizabeth. Yo sentía que esa chiquilla me miraba con otros ojos. En el Cono Norte se armó un rumbón y la ‘loca’, a cada rato, me alcanzaba vasos de ron con Coca-Cola. Cuando mi enamorada se iba al baño, me hablaba al oído. ‘¿No te aburres con Isabel? Vive en otro mundo. Conmigo no hay palabras, solo acción. Piénsalo’.
Una tarde, Elizabeth estaba con Isabel y cuando mi enamorada se fue al baño, yo caí redondito. Llegué a La Posada y estaba Elizabeth con una minifalda de infarto y una chata de pisco Demonio de los Andes, recontra trepador. Esa noche pequé. Pero no contaba con que la ‘loca’ le contaría todo a Isabel. Se vengó porque la rechacé. La pobre no terminó conmigo cara a cara. Me envió una carta donde escribió un poema de Manuel Scorza:
‘Íbamos a vivir toda la vida juntos. Íbamos a vivir toda la muerte juntos. No sé si sabes lo que quiere decir adiós. Adiós quiere decir ya no mirarse nunca, vivir entre otras gentes, reírse de otras cosas, morirse de otras penas. /Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse olvidando, como traje inútil, la juventud. /¡Íbamos a hacer tantas cosas juntos! Ahora tenemos otras citas/ Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes. La lluvia que te moja me seca a mí. /Está bien: adiós’.
Pucha, nunca nadie habia terminado conmigo de esa manera. Pudo ser una buena esposa’”.
Pucha, ese Chato está solo por sonso, porque tuvo buenas mujeres y prefirió las cochinaditas de su amigote Pancholón. Me voy, cuídense.
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