El Chato Matta llegó al restaurante por su plato preferido, estofado de res con papita amarilla, arroz blanco graneadito, rocoto molido y un emoliente calientito para combatir el frío. “María, me timbró el gran . ‘Chatito, la esposa de uno de mis grandes amigos, un abogado del Callao, me gritó en mi cara. ‘Gordo sinvergüenza, cochino y mañoso, no te quiero ver junto a mi esposo’. Y mi causa, todo gilazo, respondió: ‘Ya, ya, mi amorcito’. Estaba bajoneado, así que compré un par de Cartavios XO, llamé a un personal serio y armé una encerrona con las terribles de San Martín y las charapitas de la avenida Iquitos. La música estaba en su punto con Maluma. Si conmigo te quedas/ o con otro tú te vas/ no me importa un carajo/ porque sé que volverás/ Y si con otro pasas el rato/ Vamo’ a ser feliz, vamo’ a ser feliz, felices los cuatro/ Te agrandamo’ el cuarto... Mi error fue invitar a la psicóloga, quien se puso furiosa cuando vio a Rubí y sus amigas. Eran más jóvenes y habían viajado en el verano a Cancún como damas de compañía de un antiguo ministro pelado que fue chuponeado y estuvo en la cárcel.

La ‘piscóloga’ es mi compañera de mil batallas, no lo niego... Pero las mujeres siempre tienen recursos, empezó a coquetear con el doctor Chotillo, quien trabajaba a la billetera. La orquesta ‘Son Durísimos’ -porque todos andan ‘armados’- tocaba salsa cubana y las trampas estaban desatadas. Mis amigos se volvieron locos. En un momento, mientras me estaba preparando un cuba libre, la ‘piscologa’ se me acercó. ‘Pancho -me dijo-, el doctor me quiere llevar a Argentina este fin de semana, pero yo le dije que tenía que pedirte permiso’. ‘¿A mí? Arranca y, si te he visto, no me acuerdo’. ‘Pancho -me gritó-, tú siempre has sido mi marido, pero no me gusta que me agarres de tonta’. Se me tiró encima y no pude resistirme. Terminamos en La Posada. Cuando desperté, ya se había ido. Como la conozco, me miré el pecho y el cuello en el espejo. Suspiré aliviado. No había chupetones. ‘Me salvé’, pensé. Volé a mi casa. Llegué y me desnudé confiado, cuando en eso sentí un silletazo en la cabeza. ‘¡Pancho desgraciado! ¡Maldito sinvergüenza! ¡Mira cómo te dejó la espalda esa p...!’. ‘¿Quééé?’, grité y, en efecto, la ‘piscologa’ me había chupeteado toda la espalda. Un florero gigante rozó mi cabeza. Moraleja: Nunca confíes en una mujer despechada’”.

Pucha, ese Pancholón es un sinvergüenza, ya está viejo y sigue en sus andanzas. Me voy, cuídense.

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