El Chato Matta llegó con hambre al restaurante. Pidió un arroz con pollo presa grande, papita a la huancaína y rocoto molido. “María, me timbró mi hermano Pancholón. ‘Chatito -me dijo en voz bajita- somos lo que somos, te espero en mi sauna privado. Cuídate de los envidiosos, puñaleros y mala leche’.
‘Causa -me comentó el abogado en la cámara de vapor- no te había contado antes, me tocó vivir una historia alucinante que pudo tener un final trágico, pero el de ‘arriba’ me cuida pese a que soy un pecador.
Hace unos meses me fui a Tarapoto para unas diligencias. Por los pasadizos del Poder Judicial de esa ciudad conocí a una linda mujer de tremendas caderas. Me miró de pies a cabeza al verme con mi terno. ‘¿Usted es abogado de Lima?’. ‘Soy del Callao’, le respondí. ‘¡Qué bueno, doctorcito, porque los de acá no quieren llevar mi caso, están comprados por el padre de mi hijo. Él no me manda ni un sol para su manutención pese a que trabaja en una gran transnacional de Miami’.
Amiguita, le dije, eso está difícil, las leyes en Estados Unidos lo van a proteger. ‘¡No, doctor, la empresa tiene una filial en Lima!’. Ese era otro cantar. Yo mismo soy. Fuimos a mi hotel y le redacté una demanda de alimentos, pero también por vestimenta, recreación y vivienda para el chamaco y pedimos una asignación anticipada de alimentos”.
“El juez de Paz admitió la demanda y dictó la cantidad de 15 mil soles mensuales con devengados. Era un billetón. La caderona no lo podía creer. En cuanto cobró el primer cheque me llamó y me dijo: ‘Doctorcito, no sé cómo pagarle lo que ha hecho por mí... me voy a Lima, pídame lo que quiera, soy toda suya’.
Crucé la línea porque no me gusta mezclar mi trabajo con los pantaloncitos. Nos hospedamos en la mejor habitación de La Posada con cama king size y jacuzzi. Patty, mi tarapotina, me ‘secuestraba’ cada fin de mes y si no podía venir, me mandaba el pasaje en avión para ir a su tierra.
Pero para mi mala suerte, el papá de su hijo empezó a averiguar con quién andaba la bandida, ahora que recibía un billetón, y contrató a un abogado para que investigue y consiga a unos ‘apretones’ para que me quiebren y manden al hospital. En mi búnker recibí una llamada de mi amigo el comisario: ‘Doctor Panchito, nuestro servicio de inteligencia detectó que el marido ha contratado a una ‘batería’ para que lo asuste. Cuídese’.
Pucha, me asusté, ya me había dado cuenta de que unos carros con lunas polarizadas seguían mis pasos. En una me abrí de la caderona. La cité por última vez y le canté como el maestro Héctor Lavoe: ‘Todo tiene su final, nada dura para siempre...’ y pronuncié varias de mis célebres frases: ‘El que se enamora pierde’, ‘La pampa es para todos’, ‘Los partidores se van al suelo’”. Pucha, ese señor Pancholón es un tremendo cochino y sinvergüenza. Nunca va a cambiar. Me voy, cuídense.
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