Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por unos frejoles con seco de res, salsa criolla y, para tomar, un emoliente calentito. “María, en los últimos días he leído en varias ocasiones que la justicia que tarda, no es justicia. Pero hay casos en los que las víctimas no obtienen ni siquiera eso. En nuestro país hay asesinatos sin resolver que tienen a los deudos en una agonía permanente, pese al tiempo transcurrido, pues ni siquiera recibieron el consuelo de que se hizo justicia. La semana pasada, la Corte Suprema , la hija de la empresaria Myriam Fefer, quien fue brutalmente asesinada en su casa de San Isidro la madrugada del 15 de agosto del 2006. 

El hecho de inmediato ocupó las primeras planas. Luego de seis años de investigaciones, el Poder Judicial condenó a treinta y cinco años de prisión al sicario colombiano Alejandro Trujillo, ‘Payaso’, acusado de meterse a la residencia de la víctima y matarla a sangre fría por encargo a cambio de dinero. A Eva  Bracamonte, la hija de Myriam Fefer, le dieron treinta años acusada de contratar al criminal para el homicidio con el fin de ‘apropiarse del dinero’ de su mamá. Pero después de estar encerrada tres años y de afrontar un nuevo juicio en libertad, fue declarada finalmente inocente. Eva señaló que gastó un millón de dólares en abogados para defenderse y lograr su libertad. 

El otro hijo de Myriam Fefer, Ariel Bracamonte, hoy en Estados Unidos, no ha vuelto a hablar del tema públicamente, luego de que a diario salía en los medios para pedir justicia y castigo para los asesinos. Mientras tanto, Myriam Fefer sigue sin encontrar justicia y la persona que mandó a matarla -alguien cercano, según la policía- continúa libre y disfrutando de la vida. La justicia se detuvo en este caso y ya no quiso avanzar más.

Similar situación es la del fotógrafo Luis Choy, asesinado de un balazo en la cabeza y otro en el pecho en la puerta del edificio donde vivía, en Pueblo Libre, el 23 de febrero del 2013. Sus verdugos fueron los sicarios Lindomar Hernández y Édgar Lucano, quienes luego perdieron la vida en un enfrentamiento a balazos con la Policía. Los curtidos investigadores que vieron el caso señalan que a Choy lo mandó a matar un empresario por motivos pasionales. Tienen su nombre, pero no las pruebas contundentes que hubieran permitido capturarlo y encerrarlo. 

Mientras tanto, la madre de Luis Choy, María Sandoval, no deja de llorarlo. Sabe que el que dio la orden de acabar con la vida de su hijo sigue libre. Ella misma, incluso, llegó a ser amenazada para que no hable en los medios sobre el crimen. Choy tenía una hija de diez años cuando lo mataron. Esa pequeña, a la que le quitaron el padre para siempre, tampoco encuentra justicia. ¿Alguna vez se castigará a los responsables de estas muertes? ¿Cuántos peruanos más hay que no encuentran justicia y viven, día a día, con esa terrible angustia?”. Qué terrible. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

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