El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso estofado de osobuco con arrocito blanco y rocotito molido. Para bajar la grasita, se pidió una jarra de hierbaluisa tibiecita.
“María, bien dicen que el destino es circular. Estaba dentro del aeropuerto y me paró una guapa cuarentona que tenía un carrito lleno de maletas. Así, mirándome de reojo, me dijo: ‘¿No se le bajarán las llantas a tu carcochita?’. De inmediato la reconocí. Era ¡Mirella!, un viejo amor de cuando trabajábamos de amanecida llenando planillas en el ministerio. Tenía un cuerpazo mejor que el de Dorita.
Era nieta del portero de toda la vida del ministerio, por eso le dieron trabajo. No sabía ni escribir bien, pero al toque, con un movimiento de caderas, enamoró al supervisor, que babeaba por ella. Su papá había sido un poeta que, decían, enloqueció de tanta bohemia, alcohol y drogas. No sé qué vio en mí, pero se me pegaba. ‘Oye Chato, ¿por qué no me lanzas piropos como todos?’, me decía. ‘Es que soy casado y fiel a mi bebito’, le respondía. A la morocha Mirella eso la descuadró y desde ese día me miraba distinto.
Una madrugada se me fue encima: ‘Ya le dije al administrador que me vas a invitar un caldo de gallina, vamos’. ‘Oye, no tengo ni un sol’, contesté. ‘No te preocupes, yo pago’, replicó. No fuimos por un caldo de gallina, sino que ¡me llevó a un hotelito de Lince! ‘Me gustó que me digas que eres fiel a tu hijito y no a tu esposa. No eres sacolargo ni sonso... Tómame, soy tu premio, el que todos desean y nunca tendrán’, me dijo eufórica.
Mirella afirmaba que me amaba y que gracias a mí le había aflorado la vena poética de su fallecido padre. Un día, después de hacer el amor, me ordenó cerrar los ojos y me dio un papelito: ‘Este poema lo escribí para ti: Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre / iría pintando todas las paredes / no quedaría un abismo sin que yo asomara para gritar tu nombre / ni montaña de piedra donde yo no volviera a gritar / enseñándole al eco las seis letras distintas del nombre que nunca olvidaré’.
Sentí que la amaba. Pero salió a relucir su tendencia bipolar. Mientras estaba conmigo, ¡coqueteaba con el hijo del ministro! El colorado, que era divorciado, perdió la cabeza por ella y le ofreció matrimonio. ‘Oye, yo tengo un amante’, le dijo ella. ‘No me importa nada’, respondió el sanazo. Tanta devoción la conmovió y aprovechó que salí de vacaciones y me fui con mi familia a Chiclayo, para casarse con el pata billetón e irse de luna de miel a Hawái. Los tramposos también sufren.
Ahora la veía llegando de Toronto, Canadá, con equipaje y ‘maleteando’ mi carrito. ‘Chato, ya me divorcié, estoy libre para ti, como antes’, me gritó. Asuuu, ¿voy o no voy?”. Pucha, ese Chatito también tiene sus historias, pero no es tan sinvergüenza como Pancholón. Me voy, cuídense.