Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un bistec a lo pobre con su huevito y plátano fritos montados sobre un arroz graneado. Para tomar pidió una jarrita de chicha morada. “María, el Pleno del Congreso aprobó, en primera votación, el dictamen que plantea que los menores de 16 y 17 años puedan ser condenados como adultos, incluso con cadena perpetua, por delitos graves como sicariato, extorsión, narcotráfico, secuestro, feminicidio y violación sexual.
Es decir, ya no serán enviados, como se hacía antes, a los albergues de menores como Maranguita’, considerado la ‘escuelita del crimen’. Es que los adolescentes de 16 y 17 años ya saben lo que hacen, no son inimputables y merecen duras penas si han asesinado a personas, asaltado con violencia o violado. Por eso siempre incido en que los padres deben criar bien a los hijos, sobre todo en valores.
Porque uno puede ser pobre, pero es necesario enseñarles a los chicos a ganarse el pan con el sudor de su frente, a respetar el bien ajeno y ser respetuoso y empático con sus semejantes. Y también a tener bien en alto a la autoridad, a la Policía, al maestro de escuela o a los adultos mayores. Si todo eso ocurriera seríamos una sociedad ideal.
Uno de los males que nos golpea es precisamente el irrespeto a la norma, lo que los sociólogos llaman ‘anomia social’. Y con ello a la autoridad. Todos se sienten con derecho a hacer lo que les viene en gana, incluidos los menores.
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