El fotógrafo Gary llegó al restaurante por unos ricos frejoles con arroz blanco graneadito y una cojinova frita encima. “María, hace unos días te contaba del encuentro entre dos ‘pesos pesados’ del periodismo de la vieja escuela: el recordado Jorge ‘Negro’ Salazar y ‘Cigarrito’. Recuerdo que ese encuentro fue en un chifita ‘caleta’ del jirón Paruro, donde entraban solo conocidos como el ‘Negro’ Salazar.
Allí comenzó a contar la historia de Ángel Díaz Balbín, ‘El descuartizador de Lima’, que el 9 de febrero de 1986 fue estrangulado por el psicólogo Mario Poggi, en la mismísima División de Homicidios de la Policía de Investigaciones del Perú, la PIP. El psicólogo juraba que Díaz Balbín era el descuartizador que había asesinado a doce mujeres y regaba sus extremidades por toda la ciudad. ‘Nada de esto hubiera pasado -reflexionaba Salazar- si a Balbín, cuando mató de una cuchillada en el corazón a la única persona que le dio cariño, su tía Genoveva y a sus dos primos, lo hubiesen recluido en un manicomio de por vida.
Pero la justicia se equivocó y lo condenó a veinte años en un penal. Salió a los nueve años por buena conducta. A la semana que obtuvo su libertad condicional, empezaron a aparecer miembros cercenados de mujeres por todos los basurales y descampados de la capital. La prensa agotaba ediciones. En pocos días lo capturaron ¡¡merodeando una calle llena de antros con lolitas!! El barbón era inteligente. Respondía con monosílabos. Negaba todo.
Los detectives estaban desesperados y recurrieron a un psicólogo medio estrafalario: Mario Poggi. Él prometió hipnotizarlo para hacerlo confesar a cambio de dinero. Nosotros le dijimos que después de hacerlo confesar le iban a pagar. Poggi era angurriento. Se robó todos los exámenes practicados a Balbín y me los llevó a la revista donde trabajaba. ‘Se los vendo y como regalito extra los hago entrar para que le tomen fotos al descuartizador’, nos dijo Poggi.
Llegué con el fotógrafo y tomó imágenes de Mario Poggi agarrándole la cabeza a un Díaz Balbín ininmutable. ‘¡Confiesa miserable, tú las mataste!’, gritaba. Se sofocaba, se desesperaba y el descuartizador tranquilito, imperturbable, hasta cuando lo hizo desnudar. ‘¡No te gusta, ¿no? Siente lo que sintieron tus víctimas, asesino!’, le decía. Los policías tuvieron que ingresar y calmarlo. Tres días después, el domingo 9 de febrero me llamaron por teléfono al mediodía. ‘Don Jorge -me hablaba un detective de Homicidios- el psicólogo loco acaba de estrangular, con su correa, al descuartizador, no sabemos qué hacer.
¿Puede venir?’. Llegué volando y me hicieron ingresar adonde estaba Mario Poggi. Lloraba como un niño. ‘¡Lo maté, salvé a la humanidad, lo iban a soltar!’. Le tome una foto con mi camarita y les dije: llamen a su comando y prepárense para el escándalo. Pero me equivoqué. Lima respiró aliviada, porque créanlo o no, después de su asesinato no apareció ninguna pierna, ninguna cabeza de mujer en los basurales de la ciudad’”. Pucha, qué gran periodista era el señor Jorge Salazar. Lástima que ya no esté entre nosotros. Me voy. Cuídense.