
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un chicharrón de pescado, yuquita frita, salsa criolla y mayonesa. Para tomar pidió una jarrita de naranjada. “María, con mucha pena e impotencia, he visto cómo se viene maltratando a los turistas que han llegado al Cusco para conocer Machu Picchu, una de las nuevas siete maravillas del mundo. Ayer, la Policía tuvo que rescatar a decenas de visitantes atrapados en Aguas Calientes y alrededores, pues manifestantes han bloqueado la línea férrea exigiendo el traslado de buses de la nueva concesionaria que debe llevar turistas a la ciudadela.
“Somos rehenes, por favor, ayúdennos”, claman los visitantes foráneos. Muchos acudieron con sus hijos a Machu Picchu y se quedaron sin dinero para la comida y el hospedaje. La situación es caótica y desesperada, muy parecida a las zonas de guerra. Es más, las pérdidas en el área del turismo en el Cusco suman más de dos millones de soles diarios.
La situación afecta a más de 31 mil operadores, entre hospedajes, restaurantes, guías y artesanos. Qué manera, por Dios, de matar a la gallina de los huevos de oro. En un país sin industrias ni tecnología, que pugna por salir del tercer mundo, lo único que le queda es el turismo, más aún teniendo esa maravilla que es Machu Picchu.
Esos visitantes que ahora sufren jamás regresarán. Y cuando lleguen a sus países de origen, hablarán pestes de los peruanos y pedirán a sus amigos que no vengan acá. Cómo quisiéramos que este Gobierno se vaya de una vez. No solo carece de autoridad, sino que es pésimo gestionando. El problema se veía venir desde hace varios meses, tras la culminación de la concesión de la empresa de buses que lleva turistas a la ciudadela.
Ahora no dejan entrar las unidades de la ganadora de la licitación. Los pobladores de Machu Picchu pueblo protestan contra el monopolio y se enfrentan a la Policía. Ayer hubo varios heridos y el lugar parecía una zona de guerra, con el humo de las bombas lacrimógenas y familias extranjeras tratando de escapar a pie o en plataformas sobre los rieles del tren. Qué vergüenza”. Me voy, cuídense.








