
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por una milanesa con papas fritas y arroz. Para tomar pidió una jarrita con manzanilla tibia. “María, gracias a la corrupción y la dejadez de las autoridades, la minería ilegal avanza de forma imparable, arrasando con el medio ambiente en diversas partes del país, como Cajamarca, Amazonas, La Libertad, Puno, Madre de Dios y otras. No solo esta actividad al margen de la ley ha traído consigo la aparición de mafias que riegan a las ciudades con sangre y destrucción, como acaba de pasar hace unos días en Trujillo, donde un barrio entero fue arrasado con explosivos.
El atentado fue contra un minero. Además, como sucede en Madre de Dios y en La Rinconada (Puno), la minería ilegal ha favorecido la trata de mujeres y prostitución infantil a niveles nunca antes vistos en nuestro país. Las actividades ilícitas corrompen a la Policía, a las Fuerzas Armadas, al Poder Judicial y al Ministerio Público. Se calcula que este año la minería ilegal generará unos 12 mil millones de dólares en el Perú, cifra que la hace más lucrativa que el narcotráfico.
Con todo ese dinero tienen hasta congresistas que sin ninguna vergüenza defienden sus intereses dando leyes a su favor. Y en las siguientes elecciones lo más seguro es que pongan más alfiles tanto en la cámara de diputados como en la de senadores. Utilizan su poder económico para financiar campañas y torcer voluntades.
En algunos lugares como La Pampa, en Madre de Dios, los miles de litros de mercurio vertidos en la zona han convertido lo que antes eran selvas hermosas y llenas de vida en extensos desiertos donde no crecerá nada en cientos de años.
Lo más irónico es que cuando una empresa transnacional quiere explotar algún yacimiento, las ONG de izquierda y la población se oponen. Pero cuando llegan los mineros ilegales que depredan, asesinan, no pagan impuestos ni reconocen derechos laborales, todos se callan la boca. Ya es hora de despertar y defender al país. Basta de arruinarlo”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.








