
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por una causa de langostinos, arroz con pollo y su jarrita de chicha morada para la sed. “María, millones de peruanos celebraron las Fiestas Patrias en otros países, a donde viajaron para labrarse una vida con más oportunidades. Allá, a diferencia de otros migrantes, ellos solo se dedican a trabajar en lo que sea, tratan de integrarse y nunca se olvidan de enviar remesas a sus familiares. Los peruanos, por lo general, no arman mafias ni pandillas, y más bien contribuyen a la economía de los países que los acogen. En Estados Unidos, España, Chile, Argentina, Japón, Francia o Italia, la luchan todos los días y encuentran oportunidades para progresar económicamente.
Por eso no entendemos la actitud del presidente norteamericano Donald Trump, que persigue a los migrantes sin distinciones, así sea peruanos, chilenos, brasileños o españoles. Por supuesto que a Estados Unidos ingresaron delincuentes de toda laya, como esos del Tren de Aragua o la Mara Salvatrucha, además de los cárteles de Jalisco o Guadalajara, pero no es el caso de los peruanos. Ninguna noticia habla de compatriotas metidos en organizaciones criminales. Más bien, allá son considerados buenos trabajadores, mil oficios y siempre dispuestos a tomar cualquier empleo. Otros progresan y ponen sus propios negocios en esa tierra de oportunidades. Los peruanos que se fueron de acá lo hicieron buscando desarrollo económico, tranquilidad, libertad y seguridad. Las últimas oleadas de migrantes tienen otro perfil: son profesionales, jóvenes y hasta dominan dos o tres idiomas. Estos compatriotas tienen una importancia enorme para nuestra economía. El año pasado, los envíos de remesas de trabajadores peruanos en el exterior fueron de 4945 millones de dólares. Ese dinero mueve el país, inyecta capital fresco para ser invertido en construcciones, servicios, educación, viajes y para pensiones. Estados Unidos es la principal fuente de remesas para el Perú”. Me voy, cuídense.








