
El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso chanchito al palo bañado en cerveza negra, doradito, ensalada fresca y ajicito molido. Después pidió una jarrita con emoliente tibiecito. “María, el gran Pancholón, amo y señor de la cochinadita y el dame que te doy, me llamó urgente para tomarnos un roncito en las rocas. ‘Chatito, tú eres mi hermano, mi único amigo, estoy mal, te espero en mi depa de soltero, no me falles...’.
La verdad es que me preocupé por el gordito. Tantas amanecidas y noches interminables de alcohol y mujeres deben estar pasándole la factura, pensé. Llegué volando y lo encontré movido. Estaba con resaca.
Apenas me vio se alegró. ‘Causa -me dijo-, la vida es una sola, pero casi no la cuento. Todo por culpa de mis amigos, los sobrevivientes del Lawn Tennis, quienes me vieron bajoneado y me presentaron a una modelito para levantarme el ánimo.
‘Doctor, se le ve cansado y ojeroso, muchas audiencias, bote el estrés con una buena encerrona, olvídese de tantas diligencias’, me dijeron.
‘Somos los que somos, dame que te doy’, grité emocionado y enrumbé a La Posada, donde me abren las puertas a toda hora porque llevo entrando más de 25 años a ese point de los infieles. Era una ‘venequita’ hermosa. ‘Por fin me escapé de la tóxica para ser feliz entre cuatro paredes’, pensé.
Pedí whisky etiqueta dorada y salsa clásica de El Gran Combo: ‘Cual prisionera perpetua/ Te encontré atada al fracaso/ Y creyendo en tus promesas de amor/ Yo te refugié en mis brazos/ Recuerdo que al encontrarte/ Llorabas desesperada/ El dolor y la amargura, mujer/ De tu vida fracasada...’.

Todo estaba bonito y me dije ‘voy a dejar bien a los varones con mi espectacular y legendario salto del chanchito’. Me tomé la milagrosa pastillita azul y booommm. Apenas empezó la función me comencé a sentir mareado. Me dolía el pecho, mi corazón estaba acelerado. Estoy seguro de que le pusieron algo a mi vaso de whisky.
Chato, tú sabes que soy sano. Nunca me he metido esas porquerías por la nariz, solo mi traguito y mujeres. Pero siempre fui inquieto. Me han querido atrapar, hacer la camita, el corralito y hasta brujería cuando encontré un muñeco gordito clavado con un montón de alfileres en la puerta de mi casa, pero nadie puede cambiarme.
La cosa es que lo último que recuerdo es que todo se nubló. Quería abrir los ojos y no podía. A lo lejos escuché que gritaban ‘se muere, se muere el gordo...’. Desperté en la cama de mi casa. No me acuerdo de nada. Chato, los años no pasan en vano, pero los viejos guerreros mueren de pie, así que estoy esperando recuperarme y hacerla bonita, la noche es joven, la pampa es para todos’”.
Ese señor Pancholón es un cochino y mujeriego. Ni porque está enfermo deja de contar sus sinvergüencerías. Me voy, cuídense.
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