El Chato Matta aprovechó que descansó el fin de Semana Santa por la cuarentena y se conectó conmigo por Zoom. Apenas lo vi, me di cuenta que estaba ‘movidito’. “María, toda la vida he sido callejero, al igual que Pancholón me gustan la noche, las aventuras y las mujeres. Mi mala cabeza me hizo perder mi hogar y a veces me deprimo en la soledad de mi habitación.
Sigo soltero porque no pude encontrar a una mujer que me dé tranquilidad y diga: con ella voy a vivir. Soy muy desconfiado y las cosas han cambiado, las chicas ahora piensan de otra manera y prefiero abrazar a mi almohada y ser un pasajero de hoteles.
Cometí muchos errores y pagué caro por eso, porque tuve que dejar mi hogar donde vivía con mis hijos, que son mi adoración, mi vida. Pero todo pasa. Ahora veo casos de hombres viejos que están casados, tienen hijos y cometen la estupidez de dejarlo todo para irse con mujeres que no valen la pena. Tremendo error.
No voy a mentirte diciendo que era fiel cuando estaba casado. A un hombre siempre se le presentan oportunidades para sacar los pies del plato, más aún cuando estás con carro, tienes un buen trabajo y crees que nada malo te va a pasar. A Vanessa la conocí en una fiesta que hizo mi amigo ‘Lalo’ en su depa de San Miguel.
Llegué a la medianoche, con media res de pisco en el cuerpo. Crespita, castaña y encima se movía mejor que Yahaira en la pista de baile. Vanessa era la atracción de la noche. Todos los lobos, los abogados partidores la acosaban, pero la saqué a bailar e hice un par de figuras que llamaron su atención.
‘Chato, me haces reír. Ya me estaba aburriendo con tanto mongo que alucina que ya está en el hotel conmigo’, me dijo con un brillo en los ojos. Supe que estaba ganador y después de un par de bailes más le solté sin rodeos: ‘Vámonos de acá, este lugar no es para nosotros’.
Nos escapamos mientras ‘Lalo’ me miraba resignado y con envidia. También le había puesto la puntería. Terminamos en La Posada, donde perdí la noción del tiempo, mientras ella ronroneaba como una gatita. ‘No me equivoqué contigo. En cuanto te vi bailar supe que eras un gran amante’.
Y mientras me pasaba las uñas por el pecho, me cantaba melosa al oído una canción del gran Lalo Rodríguez: ‘Ay, ven, devórame otra vez. Ven, devórame otra vez, que la boca me sabe a tu cuerpo, desesperan mis ganas por tiiii’. Se convirtió en mi amante y los dos primeros meses todo fue felicidad. Me dejaba tan cansado que a casa solo llegaba a dormir.
Hasta que cambió: ‘Contigo he hecho cosas en la cama que no hice con ninguno. Soy completamente tuya, te amo. Vámonos a vivir juntos’. Me hice el loco y le cambié la conversación. La segunda vez puso ojos de loca: ‘Si te falta valor, no hay problema. Yo misma le cuento todo a tu mujer’. No le podía permitir una amenaza así.
‘Dirás que estoy mal de la cabeza, pero a mi mujer la amo y no la dejaré por nadie. Menos por ti. Contigo solo es sexo, un ratito, un deseo, una pasión...’. Me hizo tremendo escándalo, lloró, gritó. ‘Yo te amo, te burlaste de mí, jugaste con mi amor’, decía.
Se fue amenazándome con contarle todo a mi señora. Tuve que mudarme. Ahí me acordé de las palabras de mi viejito: ‘Cuida tu hogar que es un templo y se respeta’. Después de una semana, la volví a ver. Estaba feliz, radiante ¡del brazo de mi amigo ‘Lalo’!”. Ese Chato también tiene sus historias, ha perdido a su familia al igual que el cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.