Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tallarín saltado criollo con carne suavecita, cortes de tomate, cebolla y, para tomar, una manzanilla calientita.
“María, la pandemia del mortal coronavirus ha transformado nuestras vidas. Antes nadie se podía imaginar que deberíamos usar mascarillas para salir de casa, pero hoy esa realidad a nadie llama la atención.
Todo cambiará aún más desde el 15 de diciembre próximo, cuando sea obligatorio acreditar que se ha recibido doble vacuna (en la página 7 de esta edición te decimos cómo obtener tu certificado) para ingresar a ‘malls’, restaurantes y otros locales.
El objetivo es evitar la aparición de una tercera ola. Hay que tener en cuenta que en las últimas tres semanas los casos están aumentando. En unos días, quienes quieran moverse con libertad deberán estar bien vacunados. En nuestro país no es obligatorio inmunizarse, pero las muchas personas que decidieron no hacerlo, por los motivos que sean, no podrán realizar varias actividades.
Ellos pueden alegar que se están vulnerando sus derechos, pero al vivir en sociedad todos debemos sacrificar algo de nuestras libertades. Aunque no lo deseemos, estamos obligados a pagar impuestos, a no beber alcohol cuando manejamos un vehículo, a detenernos frente a la luz roja del semáforo, a usar el cinturón de seguridad.
La pandemia nos ha costado a los peruanos más de doscientas mil vidas y cada día hay más muertos. En estas circunstancias, vacunarse debe ser considerado un acto de responsabilidad y de amor a los demás. Las vacunas salvan vidas y, aunque no nos protejan completa y totalmente -ninguna vacuna lo hace-, reducen grandemente el riesgo de enfermarnos de forma grave y de morir. Así que debemos vacunarnos, pero también seguir observando las medidas sanitarias: Usar doble mascarilla cuando se sale a la calle, mantener la distancia social de al menos dos metros con otras personas y lavarse las manos con agua y jabón mínimo veinte segundos.
Una regla adicional de la que no se habla lo suficiente, pero que es importantísima, es mantener ventilados los lugares donde estamos.
Los restaurantes, tiendas y otros locales, el transporte público, deben tener sus ventanas abiertas, para que el virus que flota unas dos horas con las gotículas de la saliva de las personas infectadas, sea arrasado por las corrientes de aire. Lo mismo se debe hacer cuando se sube a un taxi.
Con las mascarillas bien puestas, se deben bajar las lunas de las dos puertas traseras y dejar que el aire corra unos minutos, barriendo el virus que podría haber”.
Gary tiene razón. Me voy, cuídense.