El fotógrafo Gary me llamó para saludarme y decirme que me había escrito por ‘wasap’. “María, estamos en tiempos difíciles, pero hay escenas que me levantan el ánimo y me devuelven la esperanza. Como las imágenes de esas personas que, en las carreteras, salen de sus humildes casas con viandas de sánguches y baldes con refrescos para invitarles a los caminantes. Esas personas, que no son adineradas, comparten lo poco que tienen con hombres y mujeres de remotas provincias que, al haberse quedado sin trabajo y no tener para comer y menos pagar el alquiler de vivienda, se ven obligados a volver a pie a sus pueblos de origen, del que un día partieron cargados de ilusiones, en busca de un futuro mejor, rumbo a Lima y otras ciudades del país. Se nota que las personas de buen corazón, a veces, hasta dejan de comer por ayudar al prójimo que sufre de hambre y sed. Puede ser un arroz con huevo frito, lentejitas o ese almuerzo ‘salvador’, para muchas familias pobres, conocido como atún, pero que en realidad es conserva en lata de anchoveta, jurel o caballa. O unas galletitas con limonada, que deben caer con un apetitoso menú cuando se está más de un día sin probar bocado.
Felizmente, muestras de solidaridad se están dando en todo el mundo y de diferentes maneras. Como las mujeres que confeccionan mascarillas para regalarlas a quienes las necesitan. También están los aplausos que, todos los días a las ocho de la noche, les siguen dando en España a los médicos y enfermeras de la Sanidad, como allá le llaman al sector Salud. O las condonaciones del alquiler a las personas que ya no pueden pagar, las cartas de apoyo a pacientes con coronavirus, las campañas para recolectar víveres y los médicos y psicólogos que ofrecen sus servicios gratuitos por las redes sociales. El otro día leí la crónica de Jaime Bayly titulada ‘Un amor del tamaño del mar’. Cuenta la historia de Lorenza Pastora, la señora que hace la limpieza de la casa de Bayly los fines de semana. Ella es paraguaya y llevaba diez años sin ver a sus hijos por el problema de la visa. Si viajaba a Paraguay, ya no la iban a dejar volver a Estados Unidos. Es una madre soltera que da la vida por sus hijos. El ‘Niño terrible’, conmovido con los sacrificios de la mujer, movió cielo y tierra para conseguirles la visa a los jóvenes y les pagó los pasajes y estadía. La llegada de los chicos a Miami y el reencuentro fueron sobrecogedores. Así es, un gesto humano puede salir desde el más humilde hasta de una persona que tiene recursos como para extender su mano generosa y compartir con los más necesitados”. Qué linda historia. Me voy, cuídense.