Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por su jugoso lomo saltado con papitas fritas, cebolla crocante y tomatito. Para calmar la sed pidió una jarra de agua de cocona heladita. “María, llegó a la Redacción, mi amigo, el gran periodista y marketero ayacuchano, Malcom Mendocha. ‘Gary, acerqué al pueblo a José Feliciano, ‘El señor del bolero’, ofreciéndole un memorable lonchecito en el hotel ‘Crillón’, entre lectores y oyentes de ‘Radio A’. El tributo al cantautor puertorriqueño, que nació con ceguera y nos regaló ‘La copa rota’, coincidió con la elección del Grammy Latino. Esperando la noticia, me recibió en su habitación. ¡Sin lentes!, en sus ojos vi su alma buena. Cuando me abrazó, sentí ternura. Lucía cabello largo negro y pelo en pecho.
La infancia de José Feliciano, junto a once hermanos, fue marcada por la pobreza. En ese entonces, me dijo: ‘Brother, Dios me concedió la música. Los sonidos salieron golpeando una lata vacía de galletas’. A los cinco añitos tocaba el acordeón en las calles de Nueva York para comer algo.
Indagué: ‘¿En qué momento se acabaron las penurias?’. José Feliciano me respondió: ‘Cuando papá puso en mis manos mi primera guitarra, envuelta en un bolsón de papel’. Con el precario instrumento llegó al club de ‘Greenwich Village’, como ¡telonero de Bob Dylan! Al final, pasaba el sombrero para llevar algo a casa.
José Feliciano estaba feliz. Había nacido su hija Melissa, a quien le compuso ‘Niña’, álbum que incluyó su exitazo ‘Porque te tengo que olvidar’.
Me atreví a preguntarle: ‘¿Te complicas al producir tus discos?’. José Feliciano juntó sus frondosas cejas y manifestó: ‘Mi discapacidad visual me impide leer partituras. Tengo que escuchar la música lo más que pueda. Mi corazón escribe y terminando de grabar, me da dolor cerebral’.
Interrumpió el mánager y explotó: ‘¡¡José, ganaste el Grammy!!’. Saltamos de alegría y exclamó: ‘¡Perú bendita tierra inca!, gracias por darme la suerte y luz de vida’. Y se calmó tomando un vaso con chicha morada.
Emocionado, José Feliciano me tomó del hombro y bajamos al histórico homenaje. Entre ruidosos aplausos hablé: ‘Hermano, llévate esta hermosa guitarra peruana, como símbolo de nuestro cariño, al ritmo de: ‘Qué será’, ‘Paso la vida pensando’ y ‘Por ella’’.
En silencio, José Feliciano deslizó sus dedos por la silueta del regalo, lo pulseó y queriendo abrir sus ojos, expresó: ‘¡Está de película! Y balanceándose, nos sorprendió, ¡tocando y cantando! su clásica creación, ‘Feliz Navidad’. Eufóricos, sin pronunciar bien el coro en inglés, terminamos abrazados llorando de nostalgia’”. Pucha, el señor Malcom hizo que me imagine lo que vivió, me voy muy emocionada. Cuídense.