Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un pescadito frito bien dorado con papas sancochadas, un poquito de arroz blanco graneado, ensalada de cebolla, tomate, jugo de limón, rocoto y, para tomar, una manzanilla caliente. “María, los grandes incendios en Mesa Redonda y en el Callao, ocurridos esta semana, nuevamente nos demostraron la importancia de los bomberos. Gracias a ellos, esos siniestros fueron controlados y se evitó la pérdida de vidas. Lo que hacen los ‘hombres de rojo’ peruanos es heroico frente a sus colegas de otros países, como Estados Unidos. Mientras los gringos cuentan con lo más sofisticado para apagar incendios o rescatar personas atrapadas o en peligro, los nuestros deben conformarse con usar uniformes muchas veces viejísimos que les donaron hace años y que siguen usando una y otra vez. Algo inconcebible en otros países, pues esos equipos solo tienen un número limitado de uso porque después ya no protegen de forma efectiva. Muchos hasta cumplen su trabajo con las botas rotas o agujereadas de tanto uso. Los pies se les mojan mientras echan agua. ¡Increíble! Y sin embargo, no se desaniman y parece que sirven con más ganas, con más valor, porque lo suyo es mística, un apostolado.
Precisamente, para no perder esa vocación de ayuda
desinteresada al prójimo -para evitar que personas solo atraídas por el dinero quieran vestir el uniforme- es que ellos mismos se niegan a recibir un sueldo por su trabajo, como sí pasa en muchos países. Me pregunto en qué quedó la ayuda que el presidente Kuczynski prometió darles. En realidad, no debería ser ‘ayuda’, pues se trata de una obligación del Estado el dotarlos de los implementos necesarios para que cumplan su labor de la forma más adecuada, más protegidos, sin exponerse tanto a sufrir quemaduras y asfixia. En este país, que podría ganar el campeonato mundial de la informalidad y donde siempre dejamos todo para después, solo nos acordamos de los bomberos cuando hay un gran siniestro que amenaza nuestras vidas, nuestras casas, nuestros muebles. Solo en ese momento nos acordamos que esas personas existen. Después, los ignoramos hasta la próxima emergencia. Pero no olvidemos que esos hombres y mujeres que visten el uniforme rojo están ahí siempre, dipuestos al sacrificio máximo. No son solo palabras, pues ahí están para demostrarlo los mártires Alonso Salas Chanduví, Raúl Lee Sánchez Torres y Eduardo Porfirio Jiménez Soriano, quienes perdieron la vida en octubre del año pasado cuando buscaban personas atrapadas en el incendio de El Agustino. Definitivamente, nuestro país tiene una deuda con estos peruanos que por lo menos merecen tener seguros médicos, de vida, equipos decentes, uniformes, zapatos y otros. ¡PPK, no te olvides de ellos!”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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