
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un churrasco jugosito con papas doradas, ensalada de lechuga con tomate y, para tomar, un emoliente tibiecito. “María, el Gobierno tiene que hacer más para detener a los asesinos. Indigna el caso de los tres sicarios venezolanos, investigados por los crímenes de al menos diez personas. Es increíble la tremenda cantidad de los más sanguinarios hampones extranjeros que han entrado a nuestro país. Estas lacras, que llaman la atención por su brutalidad para matar, pues lo hacen de las maneras más terribles y encima lo graban, han entrado al Perú por tierra como ilegales.
La mayoría llega por el norte. Cuando son capturados no se les puede enviar de regreso a su país de origen, la mayoría de Venezuela, pues el dictador Nicolás Maduro se niega a recibirlos. No quiere tener en sus cárceles a esa escoria y nosotros tenemos que padecerlos. Por eso, resulta tonto e irresponsable que nuestras fronteras sean una coladera.
Dejamos que entren sin problemas individuos que matan, violan, secuestran, torturan y explotan sexualmente a las mujeres, creándonos gravísimos problemas, muchas veces sin remedio. Quién les devuelve la vida a las personas inocentes que han asesinado. ¿Acaso no es más simple y económico reforzar las fronteras para impedir que ingresen esas alimañas? ¿Por qué los soldados no permanecen apostados de forma permanente en nuestros límites territoriales?
Es incomprensible que no se haga. Más cuando nuestras cárceles están saturadas. Otro aspecto en el que estamos fallando es en el patrullaje policial en las calles. Solo vemos a los agentes cuando hay marchas o paros de transportistas. El resto del tiempo es muy difícil verlos.
El Gobierno debería contratar a policías y militares en retiro para que hagan trabajos de oficina en las comisarías y así los agentes en actividad puedan salir a proteger a los ciudadanos. Cuando faltan efectivos que impongan el orden, es una locura tenerlos entre cuatro paredes”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.








