Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un pollo al horno con finas hierbas, servido con papas marinadas y horneadas en aceite de oliva. Para tomar pidió una jarrita de jugo de papaya. “María, el otro día fui a hacer mis compras navideñas a Mesa Redonda y lo que vi allí me estremeció.
Miles de personas se apiñaban en sus angostas calles y se metían como enjambres por las galerías en busca de adornos, juguetes, arbolitos o nacimientos. Lo peor es que la Municipalidad de Lima ha enrejado todas las entradas con el fin de impedir el comercio ambulatorio, y esto ha convertido la zona en una bomba de tiempo.
Espero de todo corazón que no se repita la experiencia del 2001, cuando el emporio sufrió el peor incendio que se recuerde, con un saldo fatal de cientos de muertos. Entiendo que la gente quiere trabajar para ganarse algo en esta temporada, pero estamos exponiendo a miles de personas a la muerte.
El control ha debido ser con anticipación. Por algunas calles es casi imposible caminar en determinadas horas. Es mejor no llevar a niños y ancianos. No solo se pueden perder o ser pisoteados, sino que el calor asfixiante los puede hasta desmayar. Por supuesto que la ciudad necesita un orden, pues la informalidad nunca viene bien.
El municipio ha debido ser más proactivo y buscar zonas donde los comerciantes trabajen. Felizmente, hoy ya no se expenden artefactos pirotécnicos en la zona, que fueron los causantes del terrible incendio del 2001. Pero no me quiero ni imaginar si hubiera una estampida de gente a raíz de una explosión, una bomba o un terremoto.
Se debe aumentar el número de efectivos para dar más orden y reducir el aforo. Y monitorear el estado de las calles, para abrir esas rejas en caso haya algún siniestro o estampida humana. Los comerciantes formales también deberían ayudar. La descarga de productos debería ser de madrugada y en ciertas horas la zona debería ser cerrada. Está bien el comercio y el progreso, pero primero está la vida de las personas”. Me voy, cuídense.
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