Patrick, 'El Pibe', en la Seño María
Patrick, 'El Pibe', en la Seño María

El Chato Matta llegó al restaurante por un poderoso estofado de osobuco con arroz blanco graneadito, ají molido y una jarra de emoliente calientita. “María, el gran Pancholón me invitó a su sauna privado donde lo atienden como rey. El chinito Richard puso eucalipto, manzanilla, romero, cascaritas de naranja, piña y su toque de canela. A más de 50 grados el gordito mujeriego empezó sus confesiones.

‘Papá -me dijo- estuve en el show de Patrick, El Pibe, un joven salsero con gran futuro. Me vio y al toque me dedicó ‘Trampolín’ de El Gran Combo. ‘…Más no te guardo rencor/ pues fui muy feliz contigo/ Solo, solo me queda el dolor/ que no lo fuiste conmigo…’. Pancholon, zorro viejo…

‘Chato, debe servir de ejemplo para los chicos que recién empiezan a gatear en el mundo del ‘dame que te doy’. Una caderas locas no pueden tumbar tu hogar que es sagrado. Ese enano está bien confundido si cree que la bailarina lo ama. No seas malo.

Te cuento que cuando relataba los partidos de la selección peruana en Eliminatorias, Copa América o Copa Libertadores en los años 80 y 90, viajaba por todo el mundo y tenía alcahuetes a mi lado. Pero hay una Copa América que me marcó para siempre, la de Uruguay 95. Ese año yo estaba de novio y después me casé con la única mujer que amé en esta vida. Una dama.

En ese torneo, la sede de concentración de la selección peruana era la ciudad de Tacuarembó, la tierra de Carlos Gardel. Yo estaba en mi mejor momento como narrador, con cadenas, pulseras y anillos de oro por todo el cuerpo, mis auspiciadores me pagaban miles dólares, tenía carro del año bien equipado, que cuando prendía la música provocaba furor, porque era una orquesta rodante.

Desde el primer día que llegué a Tacuarembó hice clic con una uruguaya, quien se quedó impresionada por cómo derrochaba la plata en la discoteca. En ese local, con más de dos mil personas, me invitaron a relatar un partido entre Brasil y Uruguay. En mi relato, Francescoli mete gol y es campeón del torneo.

Mi uruguaya estaba superfeliz y orgullosa. Ella caminaba de la mano conmigo por la ciudad y en las noche dejaba bien a los peruanos en el hotel, pero siempre hay un ‘sapo rabioso’, envidioso y mala leche que me vio con la linda charrúa, y cuando regresamos a Perú le contó todo a mis cuñados: que yo era un sinvergüenza y descarado.

‘Ya me contaron lo que hiciste en Uruguay, que me fuiste infiel con una mujerzuela. Ven inmediatamente a la casa, porque mis padres también se han enterado y queremos saber la verdad. No te demores’, me dijo mi novia.

Fui volando y en la sala toda su familia me estaba esperando sentada en el mueble, sus hermanos y padres muy serios. Me hacen sentar en un sofá del acusado y mi novia me interroga delante de su familia y me dice que yo la estuve engañando con una chica de Uruguay y que iba de la mano con ella por todo lados, y se puso a llorar.

Por supuesto, muy serio le respondí: ‘¿Quién me ha visto?’. Y me responde: ‘¡Me lo han contado!’. Yo indignado le contesto: ‘O sea que te han contado, pero no me han visto. Okey, lo único que te puedo decir es que te amo y soy incapaz de ver a otra mujer’.

Al escuchar mi respuesta, mi novia se para y llorando me pide disculpas. Yo me hago el resentido y le digo: ‘Después hablamos, que me tengo que ir a trabajar, voy a relatar el clásico’. Salgo de la casa y a los cinco minutos me llama mi uruguaya y me dice: ‘¿Qué haces mi botija (mi niño)’. Así me trataba mi amorcito. Ese año la libré con mi novia, morí negado como las chicas que ahora dicen que no conocen a Cueva. El tramposo muere en su ley’”. Ese señor Pancholón es un cochino y sinvergüenza. Va a terminar solo, viejo y abandonado. Me voy, cuídense.

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