El fotógrafo Gary y el reportero ‘Barney’, ‘un metro noventa de puro periodismo’, llegaron al restaurante por su caldo de cabeza de bonito, chanfainita con arroz blanco y su jarrita con emoliente.
“María, nos encontramos con el famoso periodista policiaco ‘El Sonámbulo’. 'Muchachos, mis alumnos me han pedido una charla por Zoom sobre un caso policial emblemático: el caso Poggi y el asesinato del presunto descuartizador César Díaz Balbín en el mismísimo local de la División de Homicidios de la antigua y recordada PIP. Me parece mentira que se hayan cumplido 34 años de tan sonado crimen. Ese caso lo cubrí con un amigo y maestro del periodismo policial, el gran novelista y cronista de ‘Caretas’ Jorge ‘Coco’ Salazar.
En un chifita de la calle Paruro, Salazar me reveló cómo fue su encuentro con el asesino. ‘Coco’ recordaba que el psicólogo le juraba que Díaz Balbín era el descuartizador que había matado a doce mujeres y regaba sus extremidades por toda la ciudad. ‘Nada de esto hubiera pasado -reflexionaba Salazar- si a Balbín, cuando mató de una cuchillada en el corazón a la única persona que le dio cariño, su tía Genoveva, y a sus dos primos, lo hubiesen recluido en un manicomio de por vida’. Pero la justicia se equivocó y lo condenó a veinte años en un penal. Salió a los nueve años por buena conducta. A la semana que obtuvo su libertad condicional, empezaron a aparecer miembros cercenados de mujeres por todos los basurales y descampados de la capital. La prensa agotaba ediciones. En pocos días lo capturaron ¡¡merodeando una calle llena de antros con meretrices!! El barbón era inteligente. Respondía con monosílabos. Negaba todo.
Los detectives estaban desesperados y recurrieron a un psicólogo medio estrafalario: Mario Poggi. Él prometió hipnotizarlo para hacerlo confesar a cambio de dinero. Pero los policías le dijeron que le pagaban después de hacerlo confesar. Poggi era angurriento y se robó todos los exámenes practicados a Balbín y me los llevó a la revista donde trabajaba. ‘Se los vendo y como regalito extra lo hago entrar para que le tomen fotos al descuartizador’, dijo.
Llegué con el fotógrafo y tomó imágenes de Mario Poggi agarrándole la cabeza a un Díaz Balbín inmutable. ‘¡Confiesa miserable, tú las mataste!’, gritaba. Se sofocaba, se desesperaba y el descuartizador tranquilito, imperturbable, hasta cuando lo hizo desnudar. ‘¿No te gusta, ¿no? ¡Siente lo que sintieron tus víctimas, asesino!’, le decía. Los policías tuvieron que ingresar y calmarlo. Tres días después, el domingo 9 de febrero me llamaron por teléfono. ‘Don Jorge -me hablaba un detective de Homicidios- el psicólogo loco acaba de estrangular, con su correa, al descuartizador. No sabemos qué hacer. ¿Puede venir?’. Llegué volando y me hicieron ingresar adonde estaba Mario Poggi. Lloraba como un niño. ‘¡Lo maté, salvé a la humanidad, lo iban a soltar!’. Lo cierto es que después del asesinato ya no aparecieron más extremidades y piernas femeninas en Lima'”. Pucha, qué tal historia. Me voy, cuídense.