El chato
El chato

Mi gran amigo, el Chato Matta, llegó al restaurante por un sabroso cebiche de pato a lo Huarmey, con su yuca sancochada, arroz blanco graneadito y rocotito molido. “María, me había hecho una promesa por, de no ‘tropezar con la misma piedra’. Pero como una canción del maestro Rubén Blades, ‘El pasado no perdona’, recibí una solicitud de amistad en el Face. Era de Carito. Cómo no recordarla. Fue uno de esos amores volcánicos el que tuve con una estudiante de literatura. Ella vivía en La Victoria y su familia era criolla de pura cepa. Había heredado esa vena artística. Tocaba la guitarra y cantaba unos valses hermosos, antiguos, no comerciales. La conocí de casualidad, pues era la hermana menor de Sandra, una secretaria que trabajaba conmigo en el ministerio.

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En ese tiempo estaba en bronca con la mamá de mis ‘chanchitos’ y el ministerio donde trabajaba más parecía un club social. Es que el gerente era un toledista idéntico al presidente, el ‘Cholo’ Toledo: juerguero, borrachín y mujeriego. Y estaba loco por Sandrita. En una de esas fiestas, ella me invitó a seguirla en su casa. Allí conocí a su hermana menor, Carito. Tocaba la guitarra y cantaba un tema de Alicia Maguiña: ‘Negra quiero ser, color del carbón, color de mi pena, negra quiero ser’. Pucha, fue un ‘flechazo’. Me enamoré no sé si de su voz o su rostro bello, su porte, su sonrisa, sus rulos. Era bonita y con un cuerpazo. Me miraba con picardía. Uno siente esas cositas. Su hermana, bandidaza, me dijo al oído: ‘Chatito, le gustas a mi hermana’. Esa misma noche nos escapamos a un hotelito de la avenida Iquitos. Ella leía mucha poesía.

En ese tiempo no había celulares y por intermedio de su hermana me mandaba poemas, como ‘La niña de Guatemala’, del cubano José Martí: ‘Ella por volverlo a ver, salió a verlo al mirador/ Él volvió con su mujer/ Ella murió de amor/ Se entró de tarde en el río/ La sacó muerta el doctor/ Dicen que murió de frío/ Yo sé que murió de amor’. Y luego me relataba que ese poema lo escribió Martí por remordimento. Cuando vivió en Guatemala, trabajó como profesor y enamoró a una guapa y aplicada estudiante, María Gracia Granados. Sin embargo, el poeta estaba comprometido con su novia cubana Carmen Sayas, que lo esperaba en México. Martí abandonó a la estudiante para casarse en el DF.

Al año, el vate regresó para un homenaje acompañado de su esposa. María Gracia le rogó que vaya a visitarla, solo para verlo: ‘Sé que tú estabas comprometido y no te guardo rencor’, le rogó. Pero el cubano la arrochó y no la visitó. La joven, herida, se suicidó al ingresar al río caudaloso. El revolucionario cubano nunca se perdonó el desplante que le hizo a la joven enamorada y le dedicó su bello poema. Carito me amenazaba: ‘Si me dejas, me mato, como María Gracia’. No soportaba sus celos, sus amenazas y le dije para separarnos. Ella, ebria, tomó pastillas y la llevaron al hospital donde gracias a Dios la salvaron.

La internaron en un hospital y me prohibieron visitarla. Luego me enteré que había viajado a España. Ahora me escribe y me anuncia que viene a Lima y quiere verme. No sé qué hacer, María, Pancholón me dice que no vea a esa loca, que me va a meter en problemas y él me va a presentar unas primas del Callao que son de avance, tocan y fugan”. Pucha, ese Chatito también tiene sus historias, pero no es como el cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.

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