La Seño María escucha una trágica historia de amor. (Foto: Pexels)
La Seño María escucha una trágica historia de amor. (Foto: Pexels)

El Chato Matta llegó al restaurante por unos sabrosos tallarines al pesto con papita amarilla, queso rayado y su churrasco a la inglesa encima. “María, ahora que muchos celebran Halloween y el ‘Día de la canción criolla’ no puedo dejar de recordar a Camuchita, que fue un amor tempestuoso, que llegó justo cuando me había separado de la mamá de mis hijos.

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Ella vivía en Barrios Altos y cantaba canciones criollas. Era una blancona guapa, con ojos de gato, herencia de su abuelo croata. Por un momento llegué a perder la cabeza por ella. Era alta y vestida de negro, como dice la canción de los Hollies. Ademas, tenía harta chispa y calle. Su viejito estaba preocupado por nuestra relación, pues para él ‘yo era un feo y misio’, encima recién me había separado. Así que toda su familia hizo de todo para que ella se vaya del país y se olvide de mí.

Al final le compraron su pasaje a Canadá, donde vivía su hermana casada con un gringo. Nuestra despedida fue trágica. Fui hasta el aeropuerto camuflado y en un descuido de sus padres nos encontramos en el segundo nivel y nos juramos amor eterno. Pero en el fondo yo sabía que ‘amor de lejos, felices los cuatro’ y no me sorprendió que a los dos años se casara con un canadiense que babeaba por ella y era hasta mayor que yo. Una noche recibí su llamada, no se cómo consiguió mi número: ‘Chato, ya no dependo de mis padres, vente a Canadá conmigo. Llego a Lima y estaré en el Sheraton, de allí te llamo’.

Una noche organizó una cena con su esposo en el más lujoso restaurante del hotel. Me presentó como su ‘primo querido’, pero el gringo no hablaba casi nada de español, así que se dedicó a beber todas las copas de pisco puro que le alcanzaba Camuchita. Con tanto trago que le daba podía dormir a un caballo. A medianoche, el gringo Mike se quedó dormido en la mesa y lo llevamos cargado con ayuda de un mozo. Lo dejamos privadazo en el hotel. ‘Ese ya no se despierta hasta el mediodía’, me susurró Camuchita.

Sin remordimentos, enrumbamos a La Posada, el ‘hostal de los infieles’, donde demolimos la suite presidencial con jacuzzi y champán. En la oscuridad de la habitación me habló al oído: ‘Vente a Canada, chatito, Ya te conseguí un buen trabajo, pero tu verdadera chamba sera hacerme feliz. Fuiste el único que me hizo sentir mujer, te extrañé horrores estos dos años. Déjalo todo. Hazlo por mi, por ti, por nuestro futuro’.

Camuchita era buena onda y se portaba bien conmigo, pero egoísta. Me quería solo para ella. No le importaban mis hijitos. ‘Ellos crecerán y te abandonaran, yo no’, me decía. Pero con todo el dolor de mi corazón le dije que no, como la canción de la Pantoja. Se fue indignada, tirando la puerta. ‘No sabes lo que te pierdes, este país cada vez está peor’, me dijo retadora. Hasta me bloqueó de su Facebook donde los giles hasta le escriben poemas y la llaman ‘reina’. Sea como sea, mis hijos son sagrados y con ellos nadie se mete”. Pucha, ese Chatito también tiene sus historias, pero no es como el cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.

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