El chato Matta recuerda una de sus tantas aventuras a las que rechazó por preferir su independencia.
El chato Matta recuerda una de sus tantas aventuras a las que rechazó por preferir su independencia.

El Chato Matta llegó al restaurante por una papa a la huancaína con huevito duro y aceitunas. También pidió unos tallarines rojos con presa grande y después una jarrita con chicha morada heladita, parecía que se estaba incendiando por dentro. “María, perdóname la resaca, pero a veces me entra la nostalgia y me tomo mis tragos. Uno es humano y también sufro a solas en mi cuarto. Mi viejita, que es sagrada, me dice: ‘Hijo, pasan los años y te veo solo en ese cuarto, estás pagando tu mala cabeza. Terminar viejo y sin una buena mujer que te acompañe es triste’. Mi mamita me ama y se preocupa por mí.

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Suena mi celular y es el gran Pancholón: ‘Chato, no seas malo, quién como tú, que tienes cancha libre para trampear. He conocido dos primas de Tarapoto. Ellas en one te quitan el estrés. Vamos a ver el partido de Argentina, la vida es una sola, papá, vamos a hacerla, después somos Posada para hacer más goles que Messi’. María, después que me separé estuve una vez a punto de casarme. Pero en el fondo creo que estoy destinado a quedarme solo. A fines de año siempre vuelve al Perú mi ‘italiana’. Habíamos estudiado juntos en el colegio y nos dejamos de ver. Ella se fue a Turín para trabajar como enfermera. Allí estudió tecnología médica y laboraba en una clínica. Tenía su departamento y no se había casado. Yo estaba soltero. En una reunión de reencuentro la vi figurita, bien vestida, me gustó. Esa noche, después de la discoteca, terminamos en un hotelito que ella escogió y pagó. Al salir de allí ya éramos enamorados. Vivimos un mes de locura. Nos fuimos a Máncora, bajamos a Pimentel y Huanchaco.

‘Chato, hay que casarnos. Tengo que volver a mi trabajo. Te mando tu pasaje, nos casamos y nos vamos de viaje en un crucero’. Estaba ebrio de amor y le dije que sí. Los primeros meses le escribía cartas y hablábamos por fono. Después me aburría. Ella sí me bombardeaba con cartas. Pero a dos semanas del viaje a Europa corté la relación. Fue una decisión difícil y dura. Ella sufrió mucho. Pero la ‘italiana’ no me soltaba. Cada vez que venía al Perú, me buscaba y nos encerrábamos en un hotel. Hasta que se me fue el encanto y le dije que quedáramos como amigos. ‘Chato, acuérdate de que tú me dejaste a dos semanas de nuestra boda. Acabo de alquilar una casa en el sur. Tiene su piscinita y tenemos para estar tú y yo solos. Solo ven con lo que tienes puesto.

Te he traído ropa muy bonita de Italia. Te paso a recoger en la puerta del Superba a las 10 de la mañana. Nos vemos, mi amor’. La ‘italiana’ estaba más joven, no sé qué comen o toman en Europa. Pasamos una semana de locura. Una noche volvió a hacerme la propuesta. ‘Chato, tú ya estás divorciado. Yo no logré consolidar una relación, los europeos son más fríos que un pingüino. Vamos a Turín, tengo un puesto para ti en un hospital. Empieza a estudiar tu italiano’. Ahora sí le hablé bonito. Había revisado mi libro de García Márquez, el de ‘Los cuentos peregrinos’.

Ahí, la protagonista, cuando se separa de su marido, le dice, recitando una frase del gran Vinicius de Moraes: ‘El amor es eterno, mientras dura’. ‘Regresa a Italia y trata de venir más seguido. Yo siempre estaré esperándote, pero no estoy preparado para convivir’. Ya no se molestó como antes. ‘Nunca vas a cambiar, Chato mujeriego, pero al menos ahora te siento sincero’. Algunas veces, nuestras amantes pueden ser nuestras grandes amigas. Solo algunas veces”. Pucha, ese Chato no cambia, a veces se parece al cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.

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