El Chato Matta llegó al restaurante por un cebichito de mero y un arroz con langostinos y quesito rallado. Para calmar la sed se pidió una limonada frozen. “María, te cuento que mi hija ya es toda una señorita y me cuadró bien feo, porque se puso a revisar mi celular y leyó varios mensajes ‘calientes’ que me mandan algunas mujeres con las que mantengo alguna relación.
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‘Papá, qué vergüenza, te estás pareciendo a ese señor Pancholón, que es un sinvergüenza. Ya es hora de que sientes cabeza’. Mi hija es mi vida y sus palabras me hicieron reflexionar. Me di cuenta de que en los últimos años he perdido el tiempo ‘picando’ de aquí o de allá, sin establecer una relación seria con una buena mujer. Revisé correos antiguos donde mis entrañables amigas del ministerio me aconsejaban: ‘Chatito, ya deja de caminar con ese gordo cochino de Pancholón, que siempre para de juerga en juerga y nunca va a cambiar. Deberías buscarte una buena mujer, formar tu hogar’.
Te juro que esos comentarios también me hicieron reflexionar. Tuve una guapa enamorada, cuyo nombre a veces prefiero no mencionar, y ella no ha muerto para mí, pues vive en mis sueños, tal como mi casa en la que pasé mi niñez y juventud, que también siempre aparece mientras duermo. Es que este Chato nunca tuvo que batallar tanto para estar con la llamada ‘Gata’, la de los hermosos ojos. En mis tiempos juveniles, sin WhatsApp, Facebook, Instagram ni Twitter, eran clásicas las cartitas.
A ella le escribía cartas pero no de amor, eran de desconsuelo, porque había perdido a sus padres en un terrible accidente en la Panamericana Sur. Veinteañera, era la ‘viudita’ de mi mancha porque paraba de negro. Pero era joven y no iba a llorar y estar de luto toda la vida. Una vez soltó una risa y el payaso de ‘Memín’ Carrillo le clavó el ‘chaplín’ de la ‘Viuda alegre’, como el título de una película italiana.
“Nos volvimos a encontrar para empezar como debía de ser, como amigos”
Pero mi misión, en ese año, fue hacerla reír, demostrarle que la vida continuaba. No fue fácil luchar contra padres muertos abruptamente, pero comenzamos a leer juntos en los salones la tremenda novela romántica ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumás hijo, o ‘Lo que el viento se llevó’, de Margaret Mitchell, y aunque no lo crean, también lloraba, pero no de dolor. Lloraba porque no creía que las palabras pudieran recrear también esos sentimientos de amor. Igualmente derramaba lagrimitas por mis cartas. Después la invitaba al cine-club a ver comedias italianas de Dino Risi, Ettore Scola o del español Pedro Almodóvar y volvió a reír.
Así, después de un año, casi sin querer, como si fuera la ley de la gravedad ‘y que todo cae por su propio peso’, logré que acepte ser mi enamorada. Fueron años de una relación intensa, que acabó como esa canción que dice: ‘Terminó como termina todo, casi sin querer’. Se casó con otro, le fue mal y se separó. Nos volvimos a encontrar para empezar como debía de ser, como amigos. Vimos de nuevo a Charly García en vivo, a Rod Stewart, y cantamos ‘Tonight I’m yours’ (Esta noche soy tuyo). Me gustaba así, más madura, al punto que le decía ‘señora joven’.
Se habrá ido quizá en cuerpo, porque su recuerdo sigue conmigo. Cuando cumplió un año de fallecida me fui a Naplo, la playa donde pasamos un día maravilloso, aquella vez que nos escapamos del instituto. Voy al cementerio un día cualquiera, tempranito, cuando solo pasean los fantasmas, y le pido perdón por mis locuras de Chato bohemio, al que se le subían las copas. Sé que ella ya me perdonó hasta la eternidad”. Pucha, ese Chato por su mala cabeza, y juntarse con el cochino de Pancholón, perdió a una gran mujer. Me voy, cuídense.
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