La Seño María

El campeón de la muerte

En esta ocasión el periodista de policiales ‘El Sonámbulo’ le recomendó a sus alumnos el cuento de Enrique López Albújar, ‘El Campeón de la Muerte’.
Enrique López Albújar. (Foto: Archivo de la BNP)

Mis amigos periodistas, el fotógrafo Gary y el redactor gigantón Barney, llegaron al restaurante por su carapulcra chinchana con carne de res, chancho, gallina y su arroz graneadito con rocotito y su jarrita con agua de carambola. 'María, llegamos temprano a la redacción y nos encontramos con el legendario periodista de policiales ‘El Sonámbulo’.

'Coleguitas, estoy en plena preparación de mis clases por Zoom para mis alumnos de periodismo. Hay un autor que injustamente no es valorado por la crítica literaria, Enrique López Albujar, que tiene unos cuentos notables, fruto de su trabajo como maestro rural y juez en Huánuco. De esas experiencias obervó terribles crímenes y vio casos de crueles asesinos y abigeos. De allí plasmó su tremendo libro ‘Cuentos Andinos’. Les voy a presentar uno excelente.

’EL CAMPEÓN DE LA MUERTE': Esta narración fue publicada en 1920. Es alucinante y cruda. El campesino Liberato Tucto estaba desesperado y chacchaba mañana, tarde y noche sus hojas de coca, todo para que la sagrada hoja le diga dónde podía estar su hija Faustina, raptada desde hacía un mes por un indio de mala entraña, borrachín, raptor de doncellas, desocupado, ladrón, asesino y vagabundo, llamado Hilario Crispín.

Al día siguiente, saliendo de entre la oscuridad de la noche, se apareció en su casa el secuestrador de su adorada hija. Crispín cargaba un saco que vació en la cara del sorprendido padre, quien vio un contenido nauseabundo, viscoso, sanguinolento y macabro, que al caer se esparció por el suelo, despidiendo un olor repulsivo. Aquello era lo que quedaba de su hija descuartizada.

Y todavía el asesino tuvo la desfachatez de decirle: ‘Aquí te traigo a tu hija para que no la busques tanto ni andes diciendo en el pueblo que un mostrenco se la llevó’. El acongojado padre y su esposa decidieron que tan brutal crimen no podía quedar impune, pero como muchos campesinos no confiaban en los juzgados de esa parte del país, que dejaban libres a abigeos y asesinos por unos billetes, ellos prefirieron contratar al mejor ‘Ilipaco’ (matador de hombres) de la zona, Juan Jorge.

El pistolero le pidió cuatro toros a cambio de asesinar al peligroso y escurridizo Hilario Crispín. La madre de la descuartizada muchacha acepta, pero con una condición: que le pegue diez tiros al asesino y que sea el último el que lo mate. ‘Que sufra bala por bala, así como hizo sufrir a nuestra hija’.

Así Liberato Tucto y Juan Jorge se sumergieron en una persecución por inhospitas quebradas. Hilario se sabía buscado, por eso se escondió en una cueva inaccesible. Pero, hambriento, cometió el error de salir al mediodía a traer un carnero. Así lograron verlo jalando al animal con una mano y con la otra cargando una carabina.¡¡Dispárale taita que se te escapa!! gritaba Liberato.

Nadie puede ser más rápido que una bala de mi mauser, ahí va el primero en una pierna, para que te tranquilices viejo'. Luego se ubicaron en una colina donde tenían a tiro a Crispín, que se hizo el muertito. Juan Jorge volvió a dispararle. Cuando el asesino, tirado en el suelo, gritaba pidiendo ayuda o maldiciendo a su verdugo, le apuntó a la mandíbula y le dijo: ‘Esto es para que te calles’.

Al final, después de un ritual siniestro, donde el padre de la doncella asesinada gozaba con su venganza, vino el último disparo'". Pucha qué tal historia del escritor Enrique López Albujar. ‘El Sonámbulo’, es todo un maestro. Me voy, cuídense.


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