Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por sus frejoles con seco de res, arroz graneadito, rocotito molido y su jarrita de chicha morada. “María, esta maldita pandemia no solo está enlutando a miles de hogares, sino los está dejando en bancarrota. El caso del señor es un ejemplo de lo que te digo.

Al patriarca de la familia lo atacó el con ferocidad, pero tuvo la suerte de que sus hijos consiguieron una cama de Cuidados Intensivos en una clínica de San Miguel. Para hacerlo ingresar, la administración les hizo firmar un papel en que se comprometían a abonar una cuota equivalente a cinco mil soles por día.

Don Pablo se salvó en dos semanas, pero sus hijos quedaron debiendo 180 mil soles. Desesperados por las exigencias de la clínica -porque el paciente seguía llevando tratamientos, medicamentos y terapias- sortearon entre sus vecinos, familiares y amigos el moderno automóvil de la familia, para poder pagar la deuda. Pero luego la clínica les exigió que pagaran 15 mil soles por los tratamientos posteriores de don Pablo.

Los hijos otra vez tuvieron que recurrir a sortear sus artefactos electrodomésticos. Refrigeradora, televisor, licuadora, microondas, entre otros, a treinta soles el ticket, a manera de colaboración.

María, los más afortunados son los que pueden viajar a Estados Unidos a vacunarse sin problemas. Luego están los contagiados que pueden pagarse una cama de Cuidados Intensivos en una clínica. También hay quienes pueden costearse un tratamiento en su casa con médico especialista y balones de oxígeno. Pero hay muchos que no consiguen una cama en un hospital y tampoco oxígeno o no pueden pagarlo. Esos son los que van a engrosar los más de 180 mil muertos que nos está dejando esta pandemia.

Muchos de estos fallecidos son enterrados en cementerios clandestinos o en los corralones de la parte trasera de sus casas, porque no tienen dinero para comprar un ataúd o un nicho. Esa es la otra cara de la pandemia. Muchos de estos fallecidos ni siquiera pasan a aumentar las listas del Ministerio de Salud. Y la responsabilidad la tiene el que engañó a todos con el cuento de que las vacunas llegaban en octubre del año pasado. ¡Pero se vacunaron él, su esposa y su hermano!”. Pucha, qué terribles historias. Me voy, cuídense.



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