Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó por su chuleta de chancho con finas hierbas, papas doradas y su ají molido, todo acompañado de un emoliente fresquecito. “María, los padres no solo debemos preocuparnos de la alimentación, la salud y la educación de nuestros hijos, sino también por su formación como personas. Muchas veces tememos ser muy autoritarios o demasiado permisivos. Lo ideal es el equilibrio. Los castigos físicos y las amenazas solo dan como resultado que los hijos acumulen resentimientos y rabia, lo cual afecta sus relaciones interpersonales y, después, hace de ellos adultos inseguros, temerosos o violentos. Y, por el contrario, la complacencia forma seres inmaduros, tiranos y con una independencia peligrosa. Dicen los psicólogos que la personalidad la constituyen el temperamento, con el que se nace, y el carácter, que se forma de la interacción del individuo con su medio ambiente; es decir, por lo que aprende del entorno. Y eso, en gran medida, depende del padre y la madre. ¿Pero, qué tipo de padres somos? Dicen que el amor es el primer regalo de los padres a los hijos; el segundo es la disciplina. Hay que ser cariñosos, enseñar con el ejemplo, fijar normas y establecer disciplina.
* Autoritarios: Todo lo ven control y rigor, mandan y ordenan. El hijo puede caer en depresión o adoptar una personalidad tirana.
* Permisivos: Mucho amor y comunicación, pero ausencia de control y disciplina. Los hijos son incapaces de controlar sus impulsos y poco persistentes en lograr sus objetivos.
* Sobreprotectores: Cuidan tanto a sus hijos que les niegan la oportunidad de relacionarse con el mundo.
* Colegas: Se consideran amigos de sus hijos y son muy permisivos. No dejan claros los límites ni la jerarquía familiar.
* Manipuladores: Utilizan el chantaje para lograr que sus hijos hagan lo que ellos quieren. Los hijos, a su vez, aplican esta nociva conducta en todos los ámbitos de la vida.
* Padre y madre rivales: No comparten una sola idea; él tiene una posición y ella, otra. Suele darse en casos de padres divorciados. Causan confusión e inestabilidad en los niños.
* Empáticos: Se ponen en el lugar de sus hijos y los ayudan a afrontar sentimientos negativos como el miedo, la tristeza o la cólera. Tienden un puente de sinceridad y confianza. Los hijos logran mayor control sobre sus emociones”.
Tiene razón, mi amigo Gary. A los hijos hay que darles lo mejor. Me voy, cuídense.
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