El fotógrafo Gary llegó al restaurante por su cebichito de ojo de uva y un sudado de chita enterita con arroz blanco, limón y rocoto molido. Para beber, pidió una jarrita de chicha morada bien fresca.

, llegó a buscarme el gran periodista de Política ‘Cigarrito’. Mi colega viene de la época del hielo. Se molestó porque a las diez de la noche, la Redacción estaba casi desierta. ‘Gary, recuerdo que en el diario del inmenso y gringo director, cerrábamos a las dos de la madrugada. Mandaba a comprar veinte pollos a la brasa en el ‘Dallas’ de San Isidro para los héroes que se quedaban. Aparte de abrir unas botellas de whisky y repartir cajetillas de Marlboro rojo. ¿Dónde quedó esa mística, Gary?’, se preguntaba y yo tenía que hacer cálculos, porque debía llevarlo al mítico ‘Queirolo’, en Quilca, a contarle la verdad. ‘Cigarrito -le dije- en ese tiempo el periodismo escrito no competía con la televisión, solo había noticieros a mediodía y en la noche y eran monses. La prensa escrita marcaba la pauta. Segundo, era una competencia sana, había imprenta exclusiva para los diarios, no como ahora que tres diarios de una misma empresa tienen horarios fijos para llegar a la imprenta. Y sobre todo, hoy en día los tirajes son altísimos. Los periódicos de tu tiempo no imprimían más de 500 mil diarios como lo hace Trome en Lima, ni incluía los encartes en papel couché como ahora. Es obligatorio adelantar los horarios de cierre.
‘Cigarrito’ me miraba consternado.

‘¿Y dónde quedó la bohemia? A las tres de la madrugada veníamos a Quilca, a ‘Las Pancitas’, con las redactoras, con Lulú, la bella Diana, Lucha, Caníbal, Paco, Tadeíto, el Chino ‘Chuleta’. Ahora ya no existe ‘Las Pancitas’ y las chicas se van de la Redacción a las siete, me dicen que estudian Derecho y Administración para poner un negocio. Y lo peor es que los guachimanes me mandan a la azotea si prendo un cigarrito. Gary, algunas Redacciones de ahora me parecen un hospital, una oficina de banco. Cualquier cosa, menos un periódico’. Pucha, María, le invité un escabeche de bonito y una ‘res’ de pisco como en los viejos tiempos. Pero al bar ya no llegaban los amigos de antes. Todos eran oficinistas, no vi a ningún periodista. ‘Cigarrito’ estaba desesperado. ¿Por qué no llegan? No sabe que muchos han muerto y otros se retiraron a tiempo y hoy viven una vida más tranquila. Lo embarqué en un taxi a su pensión. Fue una pelea titánica, porque quería ir a un night club donde decía que tenía crédito. Me llevó a la prepo y cuando llegamos, ¡¡era una iglesia evangélica!! Definitivamente, ni Lima ni las Redacciones son las que añora ‘Cigarrito’. Pero él se equivoca. No hay épocas buenas ni malas. Solo diferentes”. Pucha, ese señor ‘Cigarrito’ es la muerte. Lástima que no guardó pan para mayo. Me voy, cuídense.

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