Ese señor Pancholón jamás aprenderá. Acabará viejo, solo y mal de la próstata.
Ese señor Pancholón jamás aprenderá. Acabará viejo, solo y mal de la próstata.

El Chato Matta llegó al restaurante por un espectacular cebiche de pescado con conchas negras y un arroz con mariscos jugosito. Para calmar la sed pidió una limonada de hierba luisa al tiempo. “María, el gran Pancholón me mandó un audio de ‘wasap’. ‘Chatito, tú eres mi único amigo, abre que voy, la pampa es para todos, se lo voy a regalar, esta noche la haré mía, ja, ja. Vente para el sauna privado, el chinito Richard está cambiando las hierbas, solo cuídate de los puñaleros y envidiosos’.

Cuando llegué, me abrazó en la cámara de vapor. ‘Chatito, estuve en La Caleta de Chucuito, de mi hermano Gabriel. Después tenía ganas de hacerla y me fui a un point caleta a escuchar a salsa clásica. Estaba con la tóxica, pero mi corazón latía por otro lado. En eso sonó: ‘Este amor que me tiene loco/ Me está atormentando y no sé que hacer/ Dime tú, mi gran amigo/ alzando esta copa, lo que debo hacer/ Tú sabes bien, cuánto la quise/ Y sabes bien que la adoré/ Y ahora resulta que solo fui un juguete/ No me resigno, pues yo no sé perder/ Ay, me duele verte sufriendo/ Me duele verte llorar/ Si ella ya no te quiere/ Olvida volver, vuelve a empezar/ Dime, dime cómo hago/ Trato de olvidarla y la quiero más/ Ella, ella no te quiere/ En el mundo hay otras, ya no sufras máassss’.

Al terminar la canción una lágrima corrió por mi mejilla. Todos me ven ganador, con carro del año, cadenas de oro y dólares, pero uno es varón y parador. Se me vinieron a la mente muchos recuerdos que marcaron mi juventud. Justo la semana pasada me llamó Chenche, mi celular reventó con llamadas de San Martín de Porres, el barrio donde crecí.

Entro al túnel del tiempo, como decía mi hermano El Búho. Corrían los años ochenta y yo jugaba en Primera, en la Liga de San Martín de Porres defendiendo al Club Chocano, y los partidos se jugaban en el estadio José Granda.

Yo era el 9, el jugador diferente, técnico y goleador, pateaba fuerte y hacía goles con los dos pies, era el terror de las defensas rivales y ese año estaba con la mujer más bella de San Martín de Porres, La Toffy, a quien llevaba al estadio agarradita de las manos y recibía elogios por todos lados, ya que también estaba estudiando Derecho.

Un empresario, un cholo feo, cazador de bailarinas, le puso la puntería a mi chica y comenzó a afanarla cuando yo no estaba con ella. Le comió el cerebro y le dijo que si se iba con él, sería famosa, tendría carros, plata y viajes por el mundo. Un domingo que iba a jugar la final de la Liga de San Martín, no me acompañó, nunca la encontré, lo que me causó extrañeza. Jugué mal y perdimos la final porque no estaba concentrado en el partido, estaba pensando en La Toffy.

Ni bien sonó el pitazo final, me fui a su casa y me di con la sorpresa de que estaba con el empresario cholón, que andaba con pistola. Ella me atendió afuera de su casa y terminó conmigo. Me dolió esa traición. Por primera vez perdí.

Después de muchos años la vi, me crucé con ella por la Corte del Callao. Estaba destruida. Me dije: pensar que por esta mujer sufrí mucho. Ahora no es nada y a mí me regalan amor todas las noches la grandota, la señora de las cuatro décadas y la abogada eléctrica en La Posada’”. Ese señor Pancholón jamás aprenderá. Acabará viejo y solo. Me voy, cuídense.

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