Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tacu tacu de pallares, montado con su lomito al jugo, rocotito y, para tomar, una manzanilla tibiecita. “María, es increíble cómo la gente malogra su vida por dinero. Me llamó bastante la atención el caso del fiscal que fue detenido por la Policía, que lo lanzó al suelo como a un vulgar delincuente y lo esposaron. Indigno y estúpido acabar así con tu carrera, tu forma de vida y honor.
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Pero, lamentablemente, ese parece ser el oscuro signo de estos tiempos para mucha gente, a la que solo le interesa la plata, sin importarle cómo la consiguen. Ansían tener la billetera abultada, manejar un carro de lujo, viajar por el mundo, lucir joyas caras, vivir en una casa costosa.
Claro que desear todo eso está bien. Siempre hay que aspirar a superarse, a darle una mejor calidad de vida a las personas que amamos, pero todo debe ser de manera legal. Ese es el tema. Sino, qué nos diferencia de los narcotraficantes, asaltantes o extorsionadores. Por eso, es fundamental enseñar a los hijos valores que guíen sus vidas para que sean personas de bien y respeto. Algunos consejos de los que saben:
- El valor de la honestidad: No se debe permitir a los hijos ningún tipo de apropiación ilegal, así sea un borrador, un lápiz. Faltas como esa deben ser condenadas de inmediato.
- Aprecio por el trabajo honrado: Deben realizar tareas en la casa desde pequeños. Tender su cama, lavar los platos, encargarse de la mascota, barrer. También hay que hablarles para convencerlos de que solo el trabajo honesto les dará una buena vida.
- Amor por el estudio: Deben entender que una persona preparada tiene más posibilidades de alcanzar sus metas y hacer el bien a los demás. El conocimiento es la llave del éxito y ayuda a encontrar la felicidad.
- Respeto a las leyes: Hay que inculcarles que hacerlo es la clave para vivir en sociedad de manera armónica y con justicia.
- Condenar a los ‘vivos’: Deben ver a esas personas, que se pasan la luz roja, que se meten en la cola, esos no son buenos ejemplos”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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