El fotógrafo Gary llegó al restaurante por su seco de cabrito a la norteña con frejoles y arroz blanco graneadito. Para calmar la sed, pidió una jarra con agua de maracuyá heladita.
“María, después de tiempo vino a visitarme mi amigo, el veterano periodista de política ‘Cigarrito’. Aterrizó en la redacción con su polito negro pegadito, jeans, lentes oscuros y su cabello castaño largo. Las chicas lo vieron de espaldas y dijeron: ‘Cuero’, pero cuando se sacó las gafas notaron esos ojos inyectados de Drácula, producto de tantas amanecidas y borracheras con ron barato, y gritaron de espanto.
‘Gary’, soy afortunado, me encontré con un antiguo amor, ella ahora es editora en un medio de comunicación importante, pero en mis tiempos era una fotógrafa guerrera e idealista, juntos corríamos la cancha y no tenía miedo en esas épocas donde campeaba el maldito terrorismo y ya habían matado a los periodistas en Uchuraccay. Muchos colegas, cuando les proponían viajar a las zonas de emergencia, como Ayacucho o Huancavelica, ponían miles de excusas: ‘Mi esposa está por dar a luz’, ‘Mi hijo está enfermo’. El inmenso y rubio director comprendía esa situación, pero siempre estábamos ‘Cigarrito’ y María Eugenia para aceptar el reto. Una vez nos mandaron a Pucallpa.
La Marina tenía el control del comando político militar y empezaron a aparecer cadáveres de estudiantes, profesores y obreros con signos de haber sido torturados en los pantanos de la ‘Lupuna’. Ningún medio se atrevía a publicar en la ciudad estas desapariciones que, según las esposas y madres, eran responsabilidad de la Marina. Solo el vicariato, con un cura suizo, acogía las denuncias. Llegamos y lo buscamos. Nos dio una lista con nombres y direcciones, y con mi fiel reportera entrevistamos a las viudas de los desaparecidos. Se hablaba de que ‘fondeaban’ los cuerpos sin vísceras con piedras cosidas. Nuestro trabajo fue descubierto por los marinos.
Contábamos con fotos y testimonios. ‘Cigarrito, los están buscando, deben esconderse, no pueden irse por el aeropuerto porque los van a detener. Tengo una cabaña en el monte, los llevo allí y se quedan hasta que pase el peligro’, nos advirtió el religioso. Quedaba a tres horas en auto y una hora por trocha. Allí nos escondimos en compañía de una pareja de nativos. Era en plena selva, cazábamos, pescábamos y con María Eugenia nos bañábamos desnudos en el río.
Después de cuatro días pudimos irnos por carretera hacia Tingo María, escondidos en un camión. Fue un amor corto y fogoso, por la adrenalina del peligro. Ella partió a Madrid a estudiar una maestría. Cuando regresó yo ya estaba casado con otra periodista, que luego me dejó, acusándome de mujeriego y borrachín como Toledo. Pero esa es otra historia’”. Pucha, ese señor Cigarrito fue un gran periodista, lástima que no guardó pan para mayo. Me voy, cuídense.
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