
Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tallarín verde con un jugoso bistec montado. Para tomar pidió una jarrita de hierbaluisa tibiecita. “María, la noche del martes la Policía detuvo a un sicario de 17 años, acusado de matar a balazos al chofer de combi José Johnny Esqueche Ñingles, porque su empresa no pagó cupos a la organización criminal ‘Los Chukis’, en el Callao. El asesino a sueldo también habría ultimado a un jalador de micros y una chica venezolana en este año. Como se sabe, las mafias reclutan adolescentes para cometer los actos de sicariato, pues saben muy bien que estos no irán a prisión. Los jueces los considerarán ‘infractores’ y los enviarán a un albergue juvenil, tipo ‘Maranguita’, donde en unos pocos años saldrán libres y más avezados.
En mayo pasado, el Congreso promulgó la ley 32330, que atribuye responsabilidad penal de adulto a los adolescentes de 16 y 17 años en determinados delitos, como homicidio, secuestro o extorsión. Antes solo eran procesados en un sistema penal juvenil especial. La propuesta era en respuesta al aumento de la criminalidad en el país. La población recibió la norma con beneplácito, harta de la ola delincuencial.
Sin embargo, la presidenta del Poder Judicial, Janet Tello Gilardi, y la entonces fiscal de la Nación, Delia Espinoza, expresaron su rechazo total a la iniciativa por contradecir la Convención sobre los Derechos del Niño. Dicho tratado, firmado por el Perú, establece un sistema de justicia juvenil orientado a la rehabilitación, reintegración social y respeto por la dignidad de los niños y adolescentes.
Es decir, mientras choferes, empresarios, mujeres embarazadas u obreros de construcción son asesinados a mansalva, los jueces y fiscales dicen ‘ay, pobrecitos los menores que matan, no debemos juzgarlos como adultos, mejor mandémoslos a un albergue nomás’. Por eso es que la criminalidad avanza, por culpa de jueces ideologizados, fuera de la realidad y realmente ineficientes. Los asesinos, tengan la edad que tengan, deben estar presos porque son un peligro para la sociedad”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.








