Mi amigo Gary llegó por su lomito saltado con papas fritas, ají amarillo molido en batán y su jarrita de emoliente calientito. “María, el último lunes me tocó cubrir una de las comisiones más tristes de toda mi carrera. Un crimen atroz ocurrido en José Gálvez, una de las siete zonas que dividen Villa María del Triunfo. La camioneta trepó un empinado cerro y llegó al asentamiento humano ‘San Lorenzo de Huambo’. Un arenal cubierto de casas a medio construir, con techos de calamina y sin agua ni desagüe. Allí, en medio de tantas necesidades, la desgracia había llegado de golpe a una familia. Un albañil desempleado, de 54 años, había asesinado a martillazos a su esposa, su hijo de 15, su hija de 24 y a su nietecita de apenas un año. ¡Qué terrible imagen! ¡Cuánto dolor! Se me hizo un nudo en la garganta y tuve que contener la respiración para que dejen de temblarme las manos mientras sostenía mi cámara. Su primera víctima fue su hijo adolescente, al que atacó cuando, con su mochila a la espalda, había regresado de su colegio. Luego ingresó a una habitación, donde estaban abuela, hija y nieta, a quienes atacó por la espalda. A las tres las mató con la misma arma, un martillo de carpintero que, antes de huir, arrojó al lado del silo donde hacían sus necesidades.
¿Qué puede llevar a un hombre a acabar con la vida de los seres a los que más ama? ¿Qué pasó por su cabeza para hacer algo tan horrendo? ‘Dios los tenga para que no sufran... No hay desagüe, no tengo trabajo’, decía la nota que dejó el parricida. Un familiar contó que el asesino se encontraba con tratamiento psiquiátrico, mientras que la policía halló en el velador de su cuarto una receta de un antidepresivo. Nada justifica un crimen tan espeluznante, pero reviso los archivos y me doy con que los últimos meses han ocurrido varios asesinatos parecidos. Como el de una madre que mató a sus tres hijitos en Ate. O el de dos hermanos que secuestraron a su primito, de 13 años, para exigir una recompensa, pero al final le quitaron la vida en el Cusco. Este panorama, sin duda, es el reflejo de una sociedad enferma, con una profunda crisis de valores y un alarmante desprecio por la vida. Ante esta situación, es preciso que los padres de familia no solo se esmeren por darles a sus hijos las cosas materiales, sino también esa gran riqueza que son los valores morales y espirituales. Y que las instituciones y el gobierno en general se preocupen por la salud mental de la población. Hay que hacer algo, pero ya”. Mi amigo Gary tiene razón. Me voy preocupada, cuídense.
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