Aprendamos a respetar las normas.
Aprendamos a respetar las normas.

Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un arroz con pollo y su papa a la huancaína. Para tomar pidió un emoliente al tiempo. “María, siempre he creído que para que un país crezca, se desarrolle económicamente y llegue al llamado ‘primer mundo’, se necesita orden y respeto a las leyes. Por supuesto que también esfuerzo, talento, sacrificio y una buena dirección. Pero empecemos por el orden.

Muchos nos quejamos de que vivir en Lima es imposible. Decimos: hay mucho ruido, mucha suciedad, la gente no respeta a los demás. Es cierto, pero mucho de lo que pasa es culpa nuestra. La mayoría evade las normas. Se pasa la luz roja, toca el claxon innecesariamente, tira la basura a la calle o no paga sus arbitrios. Solo si siguiéramos con las reglas establecidas, que están hechas para vivir en paz, estaríamos mucho mejor.

El otro día leí una historia ejemplar. En Japón, durante dos días, no funcionaron los censores de los peajes, por lo que las autoridades dejaron pasar sin pagar a decenas de miles de autos. Las pérdidas se avizoraban millonarias. Pero ocurrió algo. La mayoría de los usuarios, sin que se les obligue, empezaron a pagar el peaje. Eso es honestidad, es vivir en sociedad, como seres humanos pensantes.

En nuestro país, para que la gente respete el semáforo, debe haber un policía al lado. Solo por miedo hacemos caso a la norma. Eso no debe suceder. Una vuelta por los conos de la ciudad sirve para ver cómo somos realmente. La gente construye como quiere, sin planos, arquitectos, ingenieros, permisos ni supervisión. Y dejan las casas a medio terminar. Las calles sucias, no hay jardines y las pistas están llenas de huecos. Si todos pagaran impuestos, todo iría mejor.

En Nueva Zelanda y los países escandinavos, los impuestos son muy altos: alrededor del 30 por ciento de los ingresos. Pero ese dinero se devuelve con excelentes hospitales, buenos colegios, seguridad, urbanismo y mucho más. Necesitamos cambiar nuestra mente para vivir mejor”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

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