Este Búho comentaba ayer sobre su paso por la , que empezó a inicios de los convulsionados años 80. Una época de grandes cambios políticos, pues dejábamos doce años de una nefasta dictadura militar la de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez y el retorno a la democracia con Fernando Belaunde Terry. Con el arquitecto, quien devolvió los medios de comunicación a sus legítimos propietarios, volvieron las libertades de prensa y expresión. Pero, bueno, hace un tiempo tuve la oportunidad de volver a la ‘Decana’, después de muchos años. La verdad, me sentí extraño. Las aulas bien pintaditas y las carpetas en buen estado.

Qué diferencia con los salones donde estudiábamos, llenos de pintas senderistas con la hoz y el martillo. En Comunicación vi talleres, cámaras, salas de edición y creo que hasta un canal de TV. Los chicos y chicas ensimismados con sus Laptops, celulares y hasta iPod de última generación. Con nostalgia vi las cabinas de teléfono de mis tiempos, que todavía existen como un vestigio anacrónico. Como para que los alumnos sepan lo que fue la prehistoria de la universidad. Al verla, tuve que ingresar al túnel del tiempo. Esa cabina era uno de los enseres más queridos y protegidos. Todo se podía destruir, menos el teléfono público. Los alumnos hacíamos largas colas para hacer una llamadita con una fichita llamada ‘RIN’.

Los universitarios de ahora se ríen y creen que les hago una broma. Nuestra generación la tuvo difícil. Sufrías en verano para llamar a tu hogar o a la casa de un vecino para avisar que te ibas a quedar a estudiar y no llegarías hasta la noche; o para llamar a la enamoradita para saber si iba a llegar. Esperabas horas tu turno. Eso nos daba tiempo de escribir cartas en medio de la cola o leer novelas de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Rulfo o García Márquez. Esa es una de las diferencias que encontré entre los alumnos de mis tiempos y los de ahora. Mi generación se la pasaba en las bancas o en el estadio leyendo literatura. Además, las huelgas duraban ¡¡hasta seis meses!! Mientras tanto, esperábamos a las enamoradas que se demoraban siglos para llegar, si llegaban; porque como les digo, no había celular y teníamos que confiar en la suerte.

Claro, los muchachos de ahora tienen herramientas de lujo como Internet, que es una maravilla para acercarse al conocimiento. Con YouTube puedes visualizar los temas que quieras: canciones, películas, documentales, jornadas deportivas, lo que sea. Por ejemplo, hoy, para un estudiante de periodismo que desea especializarse en deportes, es imperdonable que no sepa quién es Muhammad Ali y que no haya visto sus peleas, pues todas las encuentras en YouTube. Una maravilla. Con un TV sin cable y solo tres canales, estábamos obligados a ir al cine comercial, pero había también muchos cineclubes. El del Museo de Arte, Melies, Ministerio de Trabajo, San Marcos, Don Bosco y otros.

Hoy, echado en tu cama, puedes verlo todo en cable. Pero lo bacán era que antes nos íbamos en mancha caminando al cineclub, y a la salida comentábamos la película, si había algo de sencillo, frente a un cafecito o con un roncito en casa de alguien. Y éramos felices con eso. Hoy, algunos jóvenes que me visitan me cuentan que solo quieren trabajar para comprarse la última generación de iPod. Para ellos, somos prehistóricos cuando les contamos que alguna vez conquistamos a una chica por intermedio de cartas escritas en papel. Hoy es el lenguaje de palabras entrecortadas por el WhatsApp o Twitter, el mejor medio de comunicación. Creo que Mario Vargas Llosa fue muy duro y llamó a todo esto ‘lenguaje de simios’.

Yo no condeno ni alabo nada. Solo digo que son épocas diferentes y, evidentemente, los productos que arrojaron aquellos tiempos son totalmente distintos, pero no por ello lo de ayer será bueno y lo de hoy, malo. Miren la generación del 50 que nos dio al sanguinario Abimael Guzmán y al Premio Nobel, Vargas Llosa. Qué tal diferencia. Lo que es innegable es que los jóvenes de hoy leen muy poco los clásicos de la literatura y eso sí es malo. Productos como ‘Harry Potter’ o la saga ‘Crepúsculo’ son los que acaparan sus preferencias. Creo que el solo hecho de leer es bueno, aunque sé que los buenos docentes de hoy están exigiendo que los alumnos lean también a los clásicos, sobre todo, latinoamericanos. Este Búho no es radical. Pienso que de todo, de lo de ayer y hoy, se puede sacar algo bueno. El resto es un prejuicio absurdo, porque siempre saldrá algo bueno (y malo) en cada generación por los siglos de los siglos… Pero eso sí, con rectores de excelente nivel en las universidades, no tipos que parecería que no han terminado ni la primaria. Apago el televisor.

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Este Búho comentaba ayer sobre su paso por la , que empezó a inicios de los convulsionados años 80. Una época de grandes cambios políticos, pues dejábamos doce años de una nefasta dictadura militar la de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez y el retorno a la democracia con Fernando Belaunde Terry. Con el arquitecto, quien devolvió los medios de comunicación a sus legítimos propietarios, volvieron las libertades de prensa y expresión. Pero, bueno, hace un tiempo tuve la oportunidad de volver a la ‘Decana’, después de muchos años. La verdad, me sentí extraño. Las aulas bien pintaditas y las carpetas en buen estado.

Qué diferencia con los salones donde estudiábamos, llenos de pintas senderistas con la hoz y el martillo. En Comunicación vi talleres, cámaras, salas de edición y creo que hasta un canal de TV. Los chicos y chicas ensimismados con sus Laptops, celulares y hasta iPod de última generación. Con nostalgia vi las cabinas de teléfono de mis tiempos, que todavía existen como un vestigio anacrónico. Como para que los alumnos sepan lo que fue la prehistoria de la universidad. Al verla, tuve que ingresar al túnel del tiempo. Esa cabina era uno de los enseres más queridos y protegidos. Todo se podía destruir, menos el teléfono público. Los alumnos hacíamos largas colas para hacer una llamadita con una fichita llamada ‘RIN’.

Los universitarios de ahora se ríen y creen que les hago una broma. Nuestra generación la tuvo difícil. Sufrías en verano para llamar a tu hogar o a la casa de un vecino para avisar que te ibas a quedar a estudiar y no llegarías hasta la noche; o para llamar a la enamoradita para saber si iba a llegar. Esperabas horas tu turno. Eso nos daba tiempo de escribir cartas en medio de la cola o leer novelas de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Rulfo o García Márquez. Esa es una de las diferencias que encontré entre los alumnos de mis tiempos y los de ahora. Mi generación se la pasaba en las bancas o en el estadio leyendo literatura. Además, las huelgas duraban ¡¡hasta seis meses!! Mientras tanto, esperábamos a las enamoradas que se demoraban siglos para llegar, si llegaban; porque como les digo, no había celular y teníamos que confiar en la suerte.

Claro, los muchachos de ahora tienen herramientas de lujo como Internet, que es una maravilla para acercarse al conocimiento. Con YouTube puedes visualizar los temas que quieras: canciones, películas, documentales, jornadas deportivas, lo que sea. Por ejemplo, hoy, para un estudiante de periodismo que desea especializarse en deportes, es imperdonable que no sepa quién es Muhammad Ali y que no haya visto sus peleas, pues todas las encuentras en YouTube. Una maravilla. Con un TV sin cable y solo tres canales, estábamos obligados a ir al cine comercial, pero había también muchos cineclubes. El del Museo de Arte, Melies, Ministerio de Trabajo, San Marcos, Don Bosco y otros.

Hoy, echado en tu cama, puedes verlo todo en cable. Pero lo bacán era que antes nos íbamos en mancha caminando al cineclub, y a la salida comentábamos la película, si había algo de sencillo, frente a un cafecito o con un roncito en casa de alguien. Y éramos felices con eso. Hoy, algunos jóvenes que me visitan me cuentan que solo quieren trabajar para comprarse la última generación de iPod. Para ellos, somos prehistóricos cuando les contamos que alguna vez conquistamos a una chica por intermedio de cartas escritas en papel. Hoy es el lenguaje de palabras entrecortadas por el WhatsApp o Twitter, el mejor medio de comunicación. Creo que Mario Vargas Llosa fue muy duro y llamó a todo esto ‘lenguaje de simios’.

Yo no condeno ni alabo nada. Solo digo que son épocas diferentes y, evidentemente, los productos que arrojaron aquellos tiempos son totalmente distintos, pero no por ello lo de ayer será bueno y lo de hoy, malo. Miren la generación del 50 que nos dio al sanguinario Abimael Guzmán y al Premio Nobel, Vargas Llosa. Qué tal diferencia. Lo que es innegable es que los jóvenes de hoy leen muy poco los clásicos de la literatura y eso sí es malo. Productos como ‘Harry Potter’ o la saga ‘Crepúsculo’ son los que acaparan sus preferencias. Creo que el solo hecho de leer es bueno, aunque sé que los buenos docentes de hoy están exigiendo que los alumnos lean también a los clásicos, sobre todo, latinoamericanos. Este Búho no es radical. Pienso que de todo, de lo de ayer y hoy, se puede sacar algo bueno. El resto es un prejuicio absurdo, porque siempre saldrá algo bueno (y malo) en cada generación por los siglos de los siglos… Pero eso sí, con rectores de excelente nivel en las universidades, no tipos que parecería que no han terminado ni la primaria. Apago el televisor.

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