Los Rolling Stones dieron el mejor concierto que el Perú ha albergado en toda su historia. No exageramos. Ahora están en Bogotá, donde tocarán hoy, y estamos seguros de que nuestros hermanos colombianos dirán lo mismo que nosotros. El columnista más leído del Perú los fue a ver y aquí te lo cuenta.
El domingo, cerca de la medianoche, cincuenta mil fanáticos salieron del estadio ‘Monumental’ literalmente ‘stones’. No olviden que, a inicios de los setenta, Mick Jagger y Keith Richards tuvieron serios problemas con las autoridades por el consumo de drogas y hasta fueron acosados y sus domicilios allanados con el pretexto de buscar sustancias ilegales. Por eso ganaron fama de malogradazos. Pero los cincuenta mil fanáticos salieron ‘stones’, al escuchar a la mejor banda de rock and roll viva de la tierra. Cincuenta años arriba de un escenario no pasan en vano. Valió la pena meterse la mano al bolsillo y apoquinar las entradas más caras para un concierto en Lima, teniendo en cuenta que una popular Norte para el show de Paul McCartney costaba ochenta soles y para el de Mick y compañía estaba en trescientos veinte soles.
Si el padre rockero quería ir con sus dos hijos y su esposa a Norte, le salía solo en entradas cerca de mil trescientos soles, aparte de movilidad y algún refrigerio y bebidas, pero resultó una experiencia inolvidable. Cuando a las nueve de la noche sonaron los primeros acordes de ‘Start me up’, el coloso de Ate se vino abajo. No sé cómo este columnista, que estaba en mi clásica popular Norte, terminó en Occidente cómodamente instalado, gracias a algún vivazo que abrió por algunos minutos una puerta que daba acceso de la popular a la privilegiada tribuna. Nadie se hizo paltas, todos éramos iguales en esas mágicas dos horas. Todos coreaban los hits que se sucedían uno a uno: ‘It’s only rock and roll’, ‘Tumbling dice’ y ‘Out of control’. Empezando por Mick, que andaba frenético, se movía como si una culebra se hubiera introducido en su pegadísimo polo. ‘Una anaconda’, hubiese dicho la gran Monique Pardo, en trance hipnótico, que pugnaba por llegar hasta el backstage, donde ya se sabía que podían caer el ‘Chevo y toda la troupe de los Ballumbrosio’, de Chincha.
Con un ‘¡Hola… mis causitas!’, Jagger se metió al respetable en el bolsillo. Keith Richards y Ronnie Wood son la comparsa perfecta, tomando un protagonismo necesario, porque Mick, aunque nadie lo crea, tiene 72 años y ni un jovencito puede resistir dos horas con semejante derroche de vitalidad y frenetismo. Por eso, uno de los momentos de más reposo para el vocalista y de sobrecogimiento para el público, fue escuchar a Richards con su guitarra acústica y ‘You got the silver’. Pero el momento esperado con angustia por los fanáticos llegó. En otras ciudades no tocaron la balada ‘Angie’, el tema compuesto en homenaje a la primera esposa de David Bowie, íntimo amigo de Mick, en épocas de locura.
Un tema entrañable que fue el más reclamado por los seguidores en Internet, luego ‘Like a rolling stone’, compuesta por Bob Dylan. En las necesarias pausas, Mick sacó a relucir su chispa, al alabar nuestra gastronomía. Y nos cochineó. ‘Mi hija tiene un cuy de mascota y llegó aquí y ya no lo encontró’, seguro porque probó la exquisita carne del roedor, que no es común degustarla en otros países. Alabó también a los chibolos que bailaban frenéticos abajo del estrado. ‘Bailan mejor que sus vecinos’, dijo. Esto suscitó las carcajadas del respetable. Detrás de los cuatro Rolling Stones estaba una banda de acompañamiento de cinco músicos, entre tecladistas, guitarristas y coros. Siguieron ‘Gimme shelter’ y un tema clásico, entonado a todo pulmón por los fans, el entrañable ‘Miss you’.
Fue aquí que muchos reclamábamos ‘She’s so cold’, una de las joyitas que, lamentablemente, se guardaron en el repertorio de Ate, pero nos soltaron un tema de oro puro: ‘Sympathy for the devil’ (‘Simpatía por el diablo’). Allí Mick entró en trance satánico. ‘¡Un exorcista!’, bramó un chistoso con más de diez vasotes de cerveza en el estómago. Pero todo el coloso se vino abajo con el riff más famoso en la historia del rock, Keith Richards iniciando ‘Satisfaction’. Parados en las butacas de Occidente, nos volvimos más pendencieros que barrista de la ‘Trinchera norte’. Era el gran final. Al revés de la canción, nosotros sí nos retiramos satisfechos. La antesala había empezado muchas horas antes para los humildes fanáticos y no teníamos esa vitalidad endiablada de estos fenómenos. Larga vida, maestros. Apago el televisor.