Este Búho regresa a los libros, como un hijo regresa a los brazos de su padre. Así sucede con las grandes obras de la literatura que nos marcan, que nos generan sensaciones inexplicables y que se convierten en parte de nosotros, como un órgano vital. Este columnista asistió a la Feria Internacional del Libro y se topó con grandes novedades y sorpresas. Una de ellas fue, sin duda, , del periodista y escritor Marco Avilés y del que hablaré más adelante. También me sorprendió el gran jale que sigue teniendo Roberto Bolaño (1953–2003), pues escuché a varios jovencitos preguntar por una de sus más célebres obras: Los detectives salvajes .

Como saben mis lectores, soy admirador del novelista y poeta chileno, quien no dudó nunca de su oficio como escritor pese a los malos tiempos: la pobreza, el rechazo de las editoriales, una enfermedad hepática. Bolaño, ese hombre de lentes redondos, cabello alborotado, que aprendió a leer a los 3 años y que escribió su primer cuento a los 7, no perdió la fe en su oficio ni en los últimos días de su vida. Escribía como un loco mientras trabajaba como lavador de platos, basurero, descargador de barcos o vigilante de camping.

Considerado por muchos como un escritor de culto y, por otros, como un escritor sobrevalorado, no se puede negar que es un novelista referente para miles de jovencitos en todo el mundo. ¿Por qué tiene influencia en tantos muchachos? El escritor colombiano Santiago Gamboa responde: “Porque uno de sus grandes temas tiene que ver con ellos: la épica triste de una juventud sacrificada, la juventud que quiere cambiar el mundo con gestos valerosos y con poesía”. Precisamente, lo que mejor refleja dicho concepto es ‘Los detectives salvajes’ (Anagrama, 1998), libro que leí, coincidencias de la vida, mientras viajaba por la Panamericana Norte entre los desérticos parajes de Piura, al norte de Perú. Mientras volteaba cada página me alucinaba parte de la mancha de Ulises Lima (inspirado en su mejor amigo, el poeta Mario Santiago Papasquiaro), Arturo Belano (álter ego de Bolaño), del joven poeta Juan García Madero, y la prostituta Lupe, quienes en el primer y tercer capítulo van en busca de la madre de los realvisceralistas (corriente literaria inspirada en el infrarrealismo), Cesárea Tinajero, por el desierto de Sonora, entre la frontera de México con Estados Unidos, en un Chevrolet Impala, mientras son seguidos por el proxeneta Alberto, quien quiere a ‘su mujer’ de regreso, viva o muerta.

El libro recoge las vivencias de Bolaño en México, adonde se mudó apenas a los 15 años junto a sus padres, una profesora de matemáticas y un exboxeador. Fue en México donde el joven Bolaño cimentó las bases de su vocación, donde se convirtió en un lector voraz. Cuentan que una vez Bolaño asistió a una conferencia de Octavio Paz solo para refregarle en la cara el adormecimiento literario en el que se había enfrascado México. El chileno y sus compinches le gritaron al maestro: “¡Largo, idiota!” En el segundo capítulo de la novela se cuenta, a manera de testimonial, las travesías de Ulises Lima y Arturo Belano en países como Estados Unidos, Francia, España, Nicaragua, México, Israel y África, desde la perspectiva de sus amigos y compañeros de ruta: un neonazi, un torero mexicano, un editor literario, una estudiante francesa lectora de Sade. Aunque se trate de un libro de ficción, muchos de los pasajes de la novela son autobiográficos. “Uno de los motores que me lleva a escribir ‘Los detectives salvajes’ es romper la unanimidad. Estoy seguro que voy a crearme infinidad de enemigos en España. Bueno, infinidad de enemigos siempre uno tiene, pero que están callados”, dijo Bolaño, quien solía escuchar rock pesado mientras escribía.

‘Los detectives salvajes’ le valió ganar los premios Herralde y Rómulo Gallegos, tal vez el galardón más importante en Hispanoamérica. Aunque destacó por su narrativa, Bolaño siempre amó más la poesía y dejó un gran legado en este género. “En aquel tiempo yo tenía veinte años/y estaba loco./Había perdido un país/pero había ganado un sueño./Y si tenía ese sueño/lo demás no importaba./Ni trabajar ni rezar/ni estudiar en la madrugada/junto a los perros románticos…”. (‘Los perros románticos’). Ya en los últimos años de vida, cuando se iba haciendo un lugar en la literatura contemporánea, sufrió una crisis hepática mientras esperaba un trasplante de hígado. Dicen sus amigos cercanos y su mujer que era un hombre amoroso, que escribía con sus hijos sobre sus piernas, que a pesar de su imagen de huraño y hosco era un padre amoroso y juguetón. Bolaño falleció un 15 de julio de 2003 en Barcelona, España, cuando apenas el mundo lo iba conociendo, cuando apenas el mundo lo iba colocando en el podio de los grandes maestros. Apago el televisor.

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