Este Búho no se sorprende de la fiebre desatada en el mundo con la llegada del juego para Smartphones, . Aquí, en la capital, grandes y chicos invadieron el Parque de la Reserva, la Plaza de Armas, la Plaza San Martín, calles e iglesias, emulando a ‘Ash Ketchum’, el héroe de la saga, que se inició para el juego de *‘Nintendo*’ y fue creada por el japonés Satoshi Tajiri, sobre la historia de aquel jovencito entrenador de ‘pokémones’ que desea ser un maestro. Para lograrlo, debía conseguir los ‘pokémones’ más renombrados, pero al final le tocó el entrañable y terco ‘Pikachu’.

El juego Pokémon de 1996 fue tan exitoso que, al poco tiempo, se transformó en un dibujo animado muy popular en la televisión del mundo entero, incluido el Perú. Pero nadie, ni en la más fantasiosa de las ficciones, hubiese imaginado que exactamente 20 años después, gracias a los teléfonos móviles con GPS, millones de niños, jóvenes y adultos se convertirían en compulsivos buscadores de ‘pokémones’ con celular en ristre. Desafiando, incluso, las más sensatas advertencias de las autoridades policiales sobre lo arriesgado de ir por cualquier calle de la ciudad con teléfonos de última generación a la vista de todos. Porque en países como el nuestro existen bandas de malditos ‘raqueteros’ que han cometido decenas de asesinatos tan solo por robar un celular a colegiales, estudiantes universitarios, secretarias o amas de casa.

Claro, de eso no tienen culpa los creadores de Pokémon GO. La novedad, sin lugar a dudas, recae en el hecho de salir a la calle a capturar los ‘animalitos’. Las decenas de tipos de ‘pokémones’, de agua, aire, fuego o roca, aparecen en su hábitat natural. Por ejemplo, si los buscas en la Costa Verde, saldrán los acuáticos. Si vas por el parque ‘Matamula’, saldrán los tipo plantas. Este columnista se sorprende cuando ve a su hija, así como a sus amigas, enganchándose al jueguito.

No me pongo a renegar, los entretenimientos de hoy corresponden a una época ni mala ni buena, sencillamente distinta. En mis tiempos muy pocos tenían teléfono fijo en sus casas y había que ir a la esquina a llamar de las cabinas públicas de la Compañía Peruana de Teléfonos, que se demoraba lustros en colocar un teléfono en tu hogar. Se decía que ‘era un lujo’. Imagínense, ahora las empresas de telefonía privada te regalan celulares, chips y te ruegan para colocarte un teléfono fijo.

Había solo tres canales de TV, en blanco y negro, y ciertas horas para ver dibujos animados. No como ahora que el cable te presenta una extensa parrilla de canales para niños, de D*isney*, Cartoon Network, los antiguos de Hanna-Barbera y muchos más las 24 horas. En otros países, como México, sin necesidad de pagar cable, Televisa en señal abierta tiene un canal exclusivo para niños, otro de puros noticieros, otro de puras telenovelas, otro de puro deporte. Recuerdo que de niños teníamos que buscar nuestros propios juegos en la calle. Ya no veo a los niños jugando a las bolitas o canicas. Uno amaba su bolita ‘lechera’ o ‘del barrio’. Llegábamos a casa sucios, con tierra en la ropa, las uñas negras, pero contentos por ganarle a nuestros rivales. O también en los terrales jugábamos al trompo y a la cruel ‘cocina’.

Aquí, el trompo que estaba castigado llegaba a un hueco determinado, debía ser ‘cocinado’. El castigo más leve eran unos ‘quiñazos’, pero cuando los ‘quiñazos’ eran con piedra, era inevitable que el trompo se partiera en dos. Una vez vi llorar a mi amigo Jaimito ‘Boquita’ Carrasco, cundo el palomilla de Miki Yufra, prematuramente fallecido, con su trompo de punta de acero y un rocón partió su idolatrado trompo de naranjo. Eran duelos infantiles con códigos inflexibles. La ‘canga’, hecha con palos de escoba, mismo béisbol de barrio. El famoso ‘coche’, hecho de madera y con rodajes.

El mayor de la mancha construía el carrito y los chibolos nos turnábamos para empujar y después pasear. El grandazo solo conducía y nos íbamos en coche desde la mítica Unidad Vecinal Mirones hasta la Universidad de San Marcos. De allí nos deslizábamos de manera suicida por la rampa para autos del inmenso estadio universitario. No teníamos teléfono, ni cable, ni bicimoto. Tampoco nuestros padres nos llevaban de vacaciones al extranjero, pero éramos inocentes, románticos, solidarios, jodidos y plenamente felices. Muchas veces solo con una pelota. Apago el televisor.

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